martes, 11 de julio de 2023

Nunca fue verdad

   Tras cinco años, reflexionando en frío, y cuando la canícula de julio ahoga, vuelvo sobre mis pasos, intentando resolver un corto pasado.

  Para quien me lea sólo puedo ofrecer mis disculpas. Reconozco que dejé de ser asiduo en esta ventana que contaba pequeños rasgos que marcan una vida.

Era demasiado bonito para ser verdad. Afortunadamente salí a tiempo de ese círculo vicioso, repetitivo y agobiante, donde el tonto útil es el actor principal de una escena tóxica, de sí, pero no, de ahora sí, ahora no. Todo seguía un guión establecido de antemano, donde era fácil confundir amor con lo que en realidad sólo era un interés donde la insinuación era la forma perfecta para pedir.

No te pido implícitamente para un problema, sino que te lo expongo de soslayo. De esta forma siempre tengo la baza de decir " yo nunca te pedí nada", con lo que mi honorabilidad queda a salvo.

El roce lo hace una vida real, nunca una relación en la distancia, de redes sociales, y quién se eche en los brazos de lo virtual está condenado al fracaso, a la estafa de quien ve sólo una víctima propiciatoria.

No, nunca fue verdad aquello por lo que aposté. Nunca llegó ese día para ver y abrazar, para sentir, porque todo fue ese guión imposible de aceptar. Nunca conocí más de ese porcentaje marcado, porque cuando algo no es real, sincero, no deja de ser esa trampa que espera al incauto. Ese fue mi error, creer que eres el elegido, en esa mezcla de vanidad y narcisismo. 

Afortunadamente pude salir a tiempo del círculo del escorpión. Basta con asimilar que lo humano lleva implícitamente lo escatológico, la imperfección, saber que el mundo está lleno de mediocridad y maldad. Nunca daré tres cuartos al pregonero, simplemente soy muy muy feliz. Es esa persona mediocre quien no lo es cuando basa su vida en dádivas y regalos de sus potenciales víctimas.


jueves, 14 de abril de 2022

Vedi cara

 Vedi cara, mire, señora. 

 Es muy posible que usted pensara que este idiota estaba preso de los tentáculos de ese amor fingido, de esa puesta en escena donde el tonto útil es interminable. 

Mire, señora, para mí nunca fue importante conocer tan sólo un dos por ciento de su vida, porque quien oculta ya lo dice todo, porque el hechizo tiene sus días contados, porque nada es para siempre allí donde termina la celada, donde todo vale cuando el fin nos satisface. 

Mire, señora, aposté mucho en un principio, incluso contemplé la idea de hacer corta la distancia, de renunciar a mi presente, a cambio de un futuro que usted siempre me mostró incierto. 

Es ahora cuando me asalta la duda, cuando pienso si todos iban con el paso cambiado y usted estaba cargada de razón. Es ahora cuando me reafirmo en que tiene un problema que flirtea y convive con la salud mental. Cuatro años de soportar desaires, insultos, cambios bruscos de humor, donde el tonto útil todo lo soportaba, imbuido, hipnotizado por un amor inexistente, con las palabras justas para mantener el amarre. 

 Su conducta tiene un nombre en la disciplina de la salud mental. Voy a omitirlo, pero espero que de una maldita vez haga frente a las suaves palabras de su especialista, ese que le dice que progresa adecuadamente, ese que, por miedo a su respuesta le engaña en cada sesión. 

Vedi cara, mire, señora, aunque tarde, descubrí que no es insustituible, que es tan escatológica como el más común de los mortales, que por más puertas que cierre habrá momentos de lucidez, de realidad, de consciencia a la que es muy difícil engañar. Es muy dueña de seguir su doble vida, la de señora refinada en sus modales, para un público selecto y escogido, y la que le atormenta, la de la cruda realidad del día a día. 

 

  

viernes, 1 de abril de 2022

En la quietud de las horas

   A veces no sé si el tiempo corre demasiado, o si todo es una conjura para hacernos envejecer con una rapidez inusitada. Aquella mueca, aquella sonrisa que ayer era felicidad hoy es el testigo del ocaso por siempre repudiado. 

  Cada día que termina se parece al último, no importa si es gris o de un sol radiante, y esa prisa por terminar aquello que no pudimos es esa impotencia, la insoportable levedad de nuestra infinita pequeñez. 

  En la inseguridad de no saber si acerté dejé al lado de un camino mis ansias, eso que los maestros llamaban "ponerse el mundo por montera". Soñar tal vez fue el inconsciente sinónimo de arriesgar, y, en cierto modo me hizo despertar, mirar al espejo de esa cruda verdad que cada día nos pone a prueba. Me hicieron saber con tiempo que aquel sueño llegaría a su fin, pero aceptar una profecía es dejar un vacío en un corazón que un día conoció el mejor de los latidos. Si ayer todo lo dí, hoy puedo asegurar que aquello me convirtió en uno mas de esa Legión del desencanto, esos que tarde ven ante sus ojos un ídolo de barro. No es misoginia, sino un desinterés absoluto en todo lo que signifique compromiso. 

  He aprendido que la mitad de mi sombra vale más que un intangible atisbo de realidad, esa que lastima, que hiere hasta el alma, que niega lo más cercano, y que sin pudor alguno usamos como arma arrojadiza, en una infame cobardía que riñe con el más elemental pundonor. 

  

  

  

domingo, 20 de marzo de 2022

Amigo Alberto

    Alberto era un tipo introvertido, solitario, arrogante y un poco pendenciero en la palabra. Todos le daban de lado, esquivando su presencia la mayoría de las veces. Si bien comenzaba en un tono amigable, no tardaba mucho en aparecer ese Mister Hyde que todos llevamos dentro, y lo hacía con cierto aire de chulería, con esa prepotencia que da una posición envidiable en la vida. Presumía de haber entrado en Telefónica por oposición, pero tras muchas horas escuchándole, tras días de involuntario interrogatorio, y aunque nunca quiso reconocerlo, fue su padre, militar de alta graduación, quien le colocó allí. Es lo que hoy llamaríamos "tráfico de influencias". Bastaba una carta de recomendación que obraba maravillas. 

  Desde el primer día observé que era un tipo digno de estudio por mi parte. Criado en una familia de clase alta, rápidamente me di cuenta que en su niñez hubo abundancia en todo, salvo en lo esencial: el cariño de unos padres. Su padre, como buen militar de la vieja escuela debió inculcarle ( o al menos lo intentó) , aquella disciplina hitleriana, más propia de un frío internado. Nunca le ví llorar, porque era incapaz de sincerarse con nadie, y a pesar de que lo intenté, era escurridizo como una anguila y rápidamente cambiaba de tema, evitando sentirse incómodo. 

   Pasaron los años, y tras el fallecimiento de su esposa quedó aún más solo, pero era un tipo que se hacía a todo, hasta que llegó la enfermedad, uno de tantos carcinomas, sin previo aviso, con unos síntomas que nada hacían presagiar el desenlace. Recuerdo que le acompañé a una revisión concienzuda, pues se quejaba de una opresión anormal en la garganta. Tras la misma creo que se dió cuenta que algo iba mal.  Fue entonces cuando comprendió el significado de la palabra soledad, pues, al rechazo de la gente se unía la tortura de la enfermedad. No quería estar solo, sentía miedo a no despertar, por lo que le ofrecí mi casa, si eso servía para amortiguar en cierto modo aquella soledad. Aceptó de buen grado, cosa que me extrañó, pues la soberbia y el orgullo siempre las tuvo a flor de piel. Tras dos meses, y tal vez barruntando lo peor, optó por una residencia , tal vez porque, en el fondo pensó que no quería ser una carga para nadie. Fue a morir como uno más de esas tribus donde los ancianos abandonan la aldea para irse en soledad, la que el eligió. 

   Cuando alguien nos deja somos tal vez un poco más huérfanos. Alberto no daba el perfil de alguien allegado, pero es gratificante que ante el rechazo de los demás, y aunque nunca lo dijera, en mí siempre tuvo un amigo. 

domingo, 13 de marzo de 2022

Paréntesis o punto final?

 Tenía que elegir. Es esa encrucijada donde llegado el momento has de decidir si condenarte a galeras o ser libre, si estar condicionado, o por el contrario, poder ser tú mismo. 

  A menudo hablan mis más cercanos, víctimas de una decepción, de eso de "rehacer mi vida". Es uno de tantos eufemismos, el comodín de la desesperanza, como si lo futuro tal vez sea el consuelo a la desdicha. Nada más lejos de la realidad y toda lógica. El vínculo se hace, mas nunca se rehace. Por mucho que lo intentemos, por más que aparentemos ser el ideal de la otra persona, nuestra imperfección nos delatará, algo que está escondido, y que aflora de forma espontánea. 

  No es bueno expresarse en "caliente", porque el reproche nunca fue sinónimo de paz y sosiego, porque la testosterona hay que dejarla para la biología, y no puede casar con lo cotidiano. 

   Fueron mis idus de julio, tras cuatro años donde me sentí amenazado, coaccionado en aquel sentimiento virtual, al que jamás confundí con otra cosa que no fuera eso, pues en la distancia no hay roce, donde es imposible ver gestos, sensaciones, y, cómo no, sentimientos. A veces llegué a pensar en un fraude, en algo orquestado en la distancia para sus traerme de la realidad cotidiana. Eran 24 horas de pensar  por y para esa persona, hasta tal punto era mi fijación que llegué a envidiar a mis amigos por tener una vida "normal", o considerado como tal. Llegué a comprometer  seriamente mi estabilidad emocional, olvidando lo primordial: una vida se hace, y nunca se rehace. El vínculo nace a los 20 años, y es el tiempo quien lo fortalece. La decepción, el fracaso están en toda relación, pero no es lo mismo rehacer una vida en plenitud que arriesgar en el ocaso, donde la apatía reina, donde es imposible un vínculo con arraigo. Es del todo errado seguir en el autoengaño, lamer las heridas, victimizarnos de algo que nunca fue tangible, real, sino contra natura. Por eso opté por el punto final, porque el paréntesis es seguir en el engaño, creer en unas oportunidades inexistentes a todas luces, porque veinte años atrás son la diferencia entre hacer una vida o rehacer un nuevo fracaso. 

 


domingo, 20 de junio de 2021

Entre lo escatológico y lo divino

   Pronto serán tres años, tres años como tres siglos. Fue por Julio cuando el calor es abrasador, cuando por toda compañía tengo los silbidos del mirlo, del verderón y la cigarra, telonera que resiste el calor más abrasador. 

 Scott Mackenzie dejó su corazón en San Francisco. El mío quedó para siempre en aquel pueblo rebelde de ese país al que amo profundamente, de payadores, de poetas del pueblo, de milongas, de Zamba, de mates y asados donde el extranjero deja de serlo para convertirse en amigo. 

   Ya me advirtieron que nada es eterno, que el amor sin roce es una variedad de tantos espejismos, incluso llegaron a insinuarme que hoy el amor no dura más allá de cuatro años. Formamos parte de ese puzzle que un día empezamos, casi sin darnos cuenta, entrando al trapo de sentimientos, donde es difícil sustraerse a la realidad que desde la lejanía te cuentan. Llegado el momento empecé a preguntarme si merece la pena idealizar y encumbrar a una persona que tiene más de escatológico que de divino, con los mismos defectos que los míos, con una pobre e inexistente capacidad de ponerse en el lugar de los demás. No creo en el hombre mediocre al que se refiere José Ingenieros. La mediocridad no es exclusiva del hombre, sino del humano, englobando a los dos sexos. 

  Reconozco que mi vida estaba vacía, que la soledad circunstancial me hizo buscar entre el gentío, adentrándome en los agujeros negros de lo virtual, donde el cielo siempre se junta con el mar, donde es muy fácil confundir deseo con una inexistente capacidad de amar. 

  No llegué a desarrollar una misoginia que bien pudiera merecer la peor de las misándricas. Simplemente antepuse lo escatológico a lo divino. Somos la fealdad que esconde lo biológico, de fluidos, de células que cada día mueren, la fotografía en tono sepia de aquella belleza que fue flor de un día. 

  Me cansé de desprecios, desaires, insolencias que como latigazos laceraron mi espalda. La felicidad son los años que nos quedan, sin reproches, sin la vigilia de 24 horas del enfermo imaginario. La felicidad es no tener que desear la libertad que tienen los "mediocres".


jueves, 1 de octubre de 2020

No, nunca me fuí

 Tras un paréntesis asumido, y sobre todo elegido, vuelvo sobre mis pasos, que nunca tuvieron alternancia. 

  Bajé a la realidad, que no es otra que la del huérfano que no conoció otra cosa que los muros de un hospicio. Supe del terror que se siente ante los espacios abiertos. Miedo a lo desconocido, sensación de sentirte observado, espiado, y una vergüenza infinita por ser un paria, una casta que no encaja en aquello que entendemos por " normal".

 De repente, el universo se abrió , y las galaxias convergieron al unísono. No eran las constelaciones archiaprendidas en aquellas monótonas letanías de colegial. Había una estrella que brillaba por encima de lo común. Era una luz que transmitía una paz desconocida, natural...