Tras cinco años, reflexionando en frío, y cuando la canícula de julio ahoga, vuelvo sobre mis pasos, intentando resolver un corto pasado.
Para quien me lea sólo puedo ofrecer mis disculpas. Reconozco que dejé de ser asiduo en esta ventana que contaba pequeños rasgos que marcan una vida.
Era demasiado bonito para ser verdad. Afortunadamente salí a tiempo de ese círculo vicioso, repetitivo y agobiante, donde el tonto útil es el actor principal de una escena tóxica, de sí, pero no, de ahora sí, ahora no. Todo seguía un guión establecido de antemano, donde era fácil confundir amor con lo que en realidad sólo era un interés donde la insinuación era la forma perfecta para pedir.
No te pido implícitamente para un problema, sino que te lo expongo de soslayo. De esta forma siempre tengo la baza de decir " yo nunca te pedí nada", con lo que mi honorabilidad queda a salvo.
El roce lo hace una vida real, nunca una relación en la distancia, de redes sociales, y quién se eche en los brazos de lo virtual está condenado al fracaso, a la estafa de quien ve sólo una víctima propiciatoria.
No, nunca fue verdad aquello por lo que aposté. Nunca llegó ese día para ver y abrazar, para sentir, porque todo fue ese guión imposible de aceptar. Nunca conocí más de ese porcentaje marcado, porque cuando algo no es real, sincero, no deja de ser esa trampa que espera al incauto. Ese fue mi error, creer que eres el elegido, en esa mezcla de vanidad y narcisismo.
Afortunadamente pude salir a tiempo del círculo del escorpión. Basta con asimilar que lo humano lleva implícitamente lo escatológico, la imperfección, saber que el mundo está lleno de mediocridad y maldad. Nunca daré tres cuartos al pregonero, simplemente soy muy muy feliz. Es esa persona mediocre quien no lo es cuando basa su vida en dádivas y regalos de sus potenciales víctimas.