jueves, 19 de enero de 2017


EN EL BUCLE DE LA INCOMPRENSION

  Una de las peores sensaciones que podemos experimentar en la comunicación en general es la incomprensión. Creemos conocer a nuestro interlocutor en todas sus facetas o rasgos, y en función de la familiaridad o confianza que se nos brinda, así actuamos, olvidando con frecuencia aquella frase lapidaria, "Ca uno es ca uno", y su traducción más entendible, "cada persona es un mundo".
  ¿Cómo sería un mundo donde todos fuésemos igual, en morfología, en sentimientos, emociones? Seríamos lo más parecido al objeto fabricado en serie, con idénticas cualidades y características, con una obsolescencia programada también, con una muerte sin dolor y una ausencia total de lo que nos diferencia del objeto.
  Pero la incomprensión es muy nuestra, muy humana, muy sutil también.La damos, y la recibimos. Deja una sensación de vacío, de una profunda tristeza e impotencia. Tras agotar todas las vías o recursos podemos ser el náufrago que bracea contra corriente, contra el viento, contra las olas que con inusitada furia intentan tapar nuestra boca, para acto seguido, posarnos inertes en el abismo.
  ¿Somos personas en conflicto permanente? Yo creo que sí. Pienso que de otra forma no tendríamos la motivación para seguir, para luchar, para revertir la situación, puntual o no que nos agobia. En mis tardes de cafés tuve la ocasión de comprobar que somos hijos de la ansiedad, que las risas son momentáneas, cuando, enlazando conversaciones asoma el motivo y el culpable a la vez. Es pues, uno de tantos rasgos que nos hace diferentes, porque diferentes son también las causas.
   Si ya cuesta lidiar con la incomprensión real, la que nos acompaña en lo cotidiano, qué decir de la virtual, donde una pregunta o respuesta a destiempo, desubicada, puede dar al traste con la muerte de algo que fue el revulsivo para acometer proyectos nunca imaginados, de rejuvenecer con la energía, a modo de adrenalina que fuerza a un corazón a latir más deprisa, a contar los días del calendario en una ansiedad no dañina y sí muy beneficiosa. En el cara a cara vemos la crispación, la ira, un sin fin de modelos emocionales, identificando todos ellos en tiempo real.
  Hay una actitud muy ligada a la incomprensión, y aquí no escapa ninguna de las dos, y no es otra que la desconfianza. La desconfianza en una relación física queda amortiguada por los gestos y actos que observamos en el contrario, en una especie de acto de contricción, concediendo el beneficio de la disculpa, del atenuante, dado que conocemos en un alto porcentaje a esa persona, intuyendo porqué obró de una u otra forma. Pero todo cambia en la virtual, donde la desconfianza, unida al escaso conocimiento de ambos, salvo lo que mostramos a voluntad, forma todo un mundo de suposiciones, lo que nos convierte en el más despiadado de los directores de un imaginario film de cine negro. Siempre he mantenido que en una relación hay alguien que ama más que el otro, no existe la equidad en eso de la entrega. Lo que uno considera primoridial, para la otra parte puede ser secundario. No se trata de medir cuánto tiempo te dedico yo y cuánto me dedicas tú, porque hacerlo da como resultado el reproche. Se trata de aceptar y valorar ese tiempo que tal vez robamos a otros quehaceres, porque esa persona está por encima de todo lo demás. Que sea o no percibido por la otra parte, eso ya es otra cosa.
  Se nos piden sacrificios como forma de demostrar que queremos a esa persona, pero cuando cedemos, se suceden las peticiones encadenadas, y aún así, la desconfianza es permanente, lo que me lleva a pensar que formamos parte de la contradicción, exigimos, reclamamos, en una especie de consuelo formado por un bucle infinito, como bola de nieve que rueda por una ladera, finalizando en una obsesiva y enfermiza fijación. Llegado el momento, uno llega a plantearse qué sentido tiene el riesgo si en un adelanto podemos vislumbrar lo que será el futuro. La incomprensión da paso sin remedio a la desafección, a vivir el presente, y lo que ayer era prioritario, de repente dejó de serlo.
 Una relación, sea física o virtual, es como un barco, se hunde cuando hay demasiados a bordo. 

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