domingo, 9 de julio de 2017

Cartas a Isabel.- VIII

ES AMARGA LA VERDAD

    "Pues amarga la verdad quiero echarla de la boca
    y si al alma su hiel toca esconderla es necedad..."

    Mucho sabía don Francisco de Quevedo de verdades, y basta con analizar detenidamente su poema lírico. Dejando a un lado los recursos retóricos, me centro en la directa y despiadada comparación que hace de dos modelos que acompañan al hombre desde que este establece la diferencia entre tener o no tener, entre la riqueza (el dinero) y la pobreza. Todo es extrapolable al resto de los ámbitos donde lidiamos diariamente, amor-desamor, felicidad-dolor, etc., y todo está intimamente relacionado con lo que provoca la verdad, mi verdad, tu verdad y la mentira, mi mentira, tu mentira.
   La verdad, nuestra verdad, es algo que raramente ponderamos, y fácilmente imponemos,a veces, sin clemencia, de forma inconsciente y sin reparar en las consecuencias, sin analizar mínimamente la tercera ley de Newton, donde a cada acción sucede una reacción.
   Mi padre nunca fue el modelo mayoritariamente extendido de amor y cuidados, inherentes a la responsabilidad libremente asumida, sino un padre-patrón. Padre por el derecho que le otorga la biología, y patrón por entender que unos hijos son el medio para obtener el lucro. Esa fue y es hoy su verdad, su convencimiento. Esa es la verdad que impuso, su verdad, sin calibrar en modo alguno que su verdad es, como todas, relativa, susceptible de debate. Debe ser muy triste que, a las puertas de la muerte, sin un examen de conciencia, y el moralmente obligado acto de contricción, tal vez por no reconocer "su verdad", hoy, ese padre-patrón sublima la metamorfosis, transformándose con apariencia de mariposa en un chantajista emocional, tratando de imponer que el hijo bueno es el que cuida y atiende a su padre. Haciendo caso a Quevedo, quiero echarla de la boca y no ser cómplice del silencio en necedad. Tras muchos años en el desierto, sin predicar, sino viviendo, he decidido no sucumbir al chantaje, a la tentación de "todas las riquezas del mundo si te arrodillas ante mí".
   Para mí no existe la verdad absoluta, sino la verdad camaleónica, la que permanece agazapada para, llegado el momento convertirse en mentira. La verdad es como el diamante que catalogamos con pureza gema y que, una vez observado con la lupa comprobamos sus impurezas. La verdad siempre estará condicionada por la necesidad de mentir en una cuestión de prioridades, con el único fin de conseguir un objetivo. Tu verdad ofende cuando choca con la mía y viceversa, porque ambos concedemos el mismo rango de credibilidad y afirmación, porque tal vez es nuestro escudo para la prioridad más inmediata, aunque para ello tengamos que sacrificar la motivación, el aliciente que a modo de oxigeno nos mantiene en pie. Llegamos a la felicidad también en la falsa creencia de un sentimiento veraz hacia nosotros, negando cualquier atisbo de mentira, pues ambas se solapan, sin reparar en que vivimos anestesiados en una mesa de operaciones. Es al despertar cuando únicamente comprobamos el alcance de las lesiones. Evidenciamos la intuición de lo racional, buscando la seguridad del conocimiento, al tiempo que rechazamos todo aquello que no se nos muestre con una certeza absoluta. Personalmente, me inclino por la teoría de Kant, sin desmerecer la descartiana, faltaría más. Nos movemos en ese caos de impresiones del que habla Kant, que no es otra cosa que la experiencia, exponer o argumentar en base a algo que nos provoca un surtido amplio de emociones.
   Mi experiencia me dice que en modo alguno soy poseedor la la verdad como globalidad, sino de mi verdad, la que he moldeado en base a lo vivido, nada más, y nada menos.


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