domingo, 18 de mayo de 2014

NOSTALGIAS Y OLVIDOS


                                       

   No sirvo para medir el inmisericorde y despiadado factor tiempo, pero sé que va unido a esos conceptos intangibles y volátiles, responsables de todas las sensaciones y estímulos que solo nuestra especie puede mostrar.

   Si fuera posible unir las expresiones y gestos de nuestro rostro a lo largo de toda una vida llegaríamos a la conclusión de que somos el mimo perfecto, sin disfraces ni maquillaje. Las monedas son ese pago a fin de mes que un jefe ruin y miserable te arroja, sin posibilidad para el descanso físico, el que arrastra por empatía al descanso del alma, con el interminable “danzad, danzad, malditos”.

   Tampoco puede medirse la nostalgia, porque no necesariamente la hacen los años, porque puede ser de ayer, de incluso horas. Aparece siempre como ese fantasma junto a la carretera en noche lluviosa y tétrica, sin aviso previo, poniendo en alerta toda una amalgama de neuroreceptores que salen a su encuentro. La nostalgia puede ser un camino apartado a la sombra de un árbol como único testigo cuando se expresa el corazón. Es la música que coincidió en el tiempo con lo vivido de forma placentera, con todos los sentidos en su plenitud, requisito este, imprescindible. Puede ser una ciudad desconocida que evoca a través de sus calles un paseo, un café, una fuente…

   Se muere antes cuando faltan los recuerdos, porque, sin recuerdos no hay estímulos capaces de hacerte sonreir y llorar al mismo tiempo. Es entonces cuando aflora en estadío temprano la demencia, el olvido paulatino de todo lo que consigue abrir con sorpresa nuestros ojos, la atrofia progresiva de nuestros apéndices y el deterioro cognitivo irreparable. Si no sentimos nostalgia, tendremos la prueba más certera de lo que jamás hemos vivido. También se puede olvidar en forma de propósito, otra cosa es que lo consigamos, pues, nostalgia y olvido son dos fuerzas en permanente vigilia, esperando cada una su momento.




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