viernes, 16 de mayo de 2014

CARTA ABIERTA A JAMES DEAN

   Si los científicos han sido capaces de rescatar los sonidos de la creación del universo es posible también que uno de estos días nos muestren tus últimos segundos en aquel Porsche 550 Spyder, el “pequeño bastardo” llamado así por tu amigo Bill Hickman.

   Creo que sabías lo que iba a ocurrir, tenías un presentimiento que, en tu introversión no comunicaste a nadie, como queriendo llevarte el secreto de tu timidez a la tumba, porque, de lo contrario, no hubieses dejado tu gato al cuidado de Elizabeth, la eterna Cleopatra del gladiador caído en desgracia, aquél luchador a quien venció el alcohol, el gran enemigo que ayer y hoy sigue mitigando la cadena perpetua del olvido, el que siempre vence cuando se aproxima el ocaso de los dioses.

   Yo no sabía de tu existencia hasta que ví “Al este del edén”. Envidiaba tus vaqueros, 100% algodón, tu camisa y ese cigarrillo casi permanente, aferrado a unos labios que siempre hablaron lo justo, con una voz más apagada que el propio cigarrillo. Lo tuvimos muy difícil para imitarte, porque la disciplina y las normas eran incompatibles con tu peinado, algo que nunca entendimos en este país, que de América solo conocía el Oeste salvaje y, de oídas, un fiasco llamado Plan Marshall. Los tímidos de aquí se frotaban las manos, creyendo que las chicas se fijarían en ellos, porque tu timidez estaba de moda. No repararon en que los únicos tímidos que triunfan son los guapos, los atractivos, los poseedores de esa mirada cautivadora que clavabas en la mujer del rico ganadero en Gigante. Pero una mujer así nunca se fija en el empleado de su marido, de la misma forma que una rica sureña nunca se enamoraría de un esclavo de su plantación.

   Nunca quisiste desvelar el secreto de tu melancolía, de tu adolescente desilusión, porque un rebelde siempre tiene una causa que lo justifique, y ambos sabemos que lo de “sin causa” era solo un reclamo, el marketing perfecto de la Warner. Tampoco todo lo unido que estabas a tu madre podía considerarse como complejo de Electra, pero es verdad que fue la única capaz de comprenderte. Los descansos en los rodajes siempre dieron para mucho, para contar casi todo a la única que realmente te escuchaba. Sólo a ella le contaste el motivo de tu rebeldía, y ella lo relató creyendo estar “off the record”, sin saber que un periodista no se casa con nadie en eso de la información.

   Tu rebeldía era real, y Elia Kazan supo captarlo. No tuviste que meterte en el papel de resentido, porque ya lo eras, por eso fueron obras maestras, porque no hay actor capaz de proyectar ese papel aprendido desde niño.


   Yo sí respeto aquél secreto, y no lo desvelaré aunque esté escrito, porque para mí fuiste un Gigante que vivió Al este del Edén en constante rebeldía, que, por supuesto tuvo su causa.

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