Si los científicos han sido capaces de
rescatar los sonidos de la creación del universo es posible también que uno de
estos días nos muestren tus últimos segundos en aquel Porsche 550 Spyder, el
“pequeño bastardo” llamado así por tu amigo Bill Hickman.
Creo que sabías lo que iba a ocurrir, tenías
un presentimiento que, en tu introversión no comunicaste a nadie, como
queriendo llevarte el secreto de tu timidez a la tumba, porque, de lo
contrario, no hubieses dejado tu gato al cuidado de Elizabeth, la eterna
Cleopatra del gladiador caído en desgracia, aquél luchador a quien venció el
alcohol, el gran enemigo que ayer y hoy sigue mitigando la cadena perpetua del
olvido, el que siempre vence cuando se aproxima el ocaso de los dioses.
Yo no sabía de tu existencia hasta que ví
“Al este del edén”. Envidiaba tus vaqueros, 100% algodón, tu camisa y ese
cigarrillo casi permanente, aferrado a unos labios que siempre hablaron lo justo,
con una voz más apagada que el propio cigarrillo. Lo tuvimos muy difícil para
imitarte, porque la disciplina y las normas eran incompatibles con tu peinado,
algo que nunca entendimos en este país, que de América solo conocía el Oeste
salvaje y, de oídas, un fiasco llamado Plan Marshall. Los tímidos de aquí se
frotaban las manos, creyendo que las chicas se fijarían en ellos, porque tu
timidez estaba de moda. No repararon en que los únicos tímidos que triunfan son
los guapos, los atractivos, los poseedores de esa mirada cautivadora que
clavabas en la mujer del rico ganadero en Gigante. Pero una mujer así nunca se
fija en el empleado de su marido, de la misma forma que una rica sureña nunca
se enamoraría de un esclavo de su plantación.
Nunca quisiste desvelar el secreto de tu
melancolía, de tu adolescente desilusión, porque un rebelde siempre tiene una
causa que lo justifique, y ambos sabemos que lo de “sin causa” era solo un
reclamo, el marketing perfecto de la Warner.
Tampoco todo lo unido que estabas a tu madre podía
considerarse como complejo de Electra, pero es verdad que fue la única capaz de
comprenderte. Los descansos en los rodajes siempre dieron para mucho, para
contar casi todo a la única que realmente te escuchaba. Sólo a ella le contaste
el motivo de tu rebeldía, y ella lo relató creyendo estar “off the record”, sin
saber que un periodista no se casa con nadie en eso de la información.
Tu rebeldía era real, y Elia Kazan supo
captarlo. No tuviste que meterte en el papel de resentido, porque ya lo eras,
por eso fueron obras maestras, porque no hay actor capaz de proyectar ese papel
aprendido desde niño.
Yo sí respeto aquél secreto, y no lo
desvelaré aunque esté escrito, porque para mí fuiste un Gigante que vivió Al
este del Edén en constante rebeldía, que, por supuesto tuvo su causa.
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