viernes, 6 de junio de 2014

...Y LAS PALABRAS SE ESCAPAN

   Como cuerpos durmientes, en catacumbas silenciosas, aguardan mudas las palabras. No hay una igual a otra, aunque tengan todas sus clones, los sinónimos que sirven a la vez como As en la manga, utilizados en disciplina y estrategia para combatir si la ocasión lo requiere.

   Las hirientes son la fiera enjaulada que golpean los barrotes de nuestro subconsciente. Se almacenan en el stack o pila del cerebro, donde la primera en entrar, siempre es la última en salir. Categóricamente, es la más cruel, tal vez porque no olvida la presión y el empuje del resto. Se liberan de forma gradual, en función de la resistencia, previamente medida del adversario.

   En una imaginaria escala de mando, siempre se consulta con el mariscal de campo, el hemisferio que sopesa y razona las decisiones, para, en última instancia proceder con la orden de abrir fuego. Pero hay palmarias diferencias entre vencer en una batalla y ganar una guerra, por lo que, las palabras casi siempre son medidas, como si un mediador o negociador se encargara de su selección. Dulces o tranquilizadoras cuando se persigue un fin, escasas y ambigüas ante la desidia, y crueles cuando se desea el fin, cuando es molesto hasta el esfuerzo de abrir la boca.


   Es entonces cuando huimos, serpenteando entre las dunas, huyendo de la tormenta de arena que son las palabras  en su conjunto, y al resguardo de una loma, escuchar solo las que nos enamoran. 

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