Vedi cara, mire, señora.
Es muy posible que usted pensara que este idiota estaba preso de los tentáculos de ese amor fingido, de esa puesta en escena donde el tonto útil es interminable.
Mire, señora, para mí nunca fue importante conocer tan sólo un dos por ciento de su vida, porque quien oculta ya lo dice todo, porque el hechizo tiene sus días contados, porque nada es para siempre allí donde termina la celada, donde todo vale cuando el fin nos satisface.
Mire, señora, aposté mucho en un principio, incluso contemplé la idea de hacer corta la distancia, de renunciar a mi presente, a cambio de un futuro que usted siempre me mostró incierto.
Es ahora cuando me asalta la duda, cuando pienso si todos iban con el paso cambiado y usted estaba cargada de razón. Es ahora cuando me reafirmo en que tiene un problema que flirtea y convive con la salud mental. Cuatro años de soportar desaires, insultos, cambios bruscos de humor, donde el tonto útil todo lo soportaba, imbuido, hipnotizado por un amor inexistente, con las palabras justas para mantener el amarre.
Su conducta tiene un nombre en la disciplina de la salud mental. Voy a omitirlo, pero espero que de una maldita vez haga frente a las suaves palabras de su especialista, ese que le dice que progresa adecuadamente, ese que, por miedo a su respuesta le engaña en cada sesión.
Vedi cara, mire, señora, aunque tarde, descubrí que no es insustituible, que es tan escatológica como el más común de los mortales, que por más puertas que cierre habrá momentos de lucidez, de realidad, de consciencia a la que es muy difícil engañar. Es muy dueña de seguir su doble vida, la de señora refinada en sus modales, para un público selecto y escogido, y la que le atormenta, la de la cruda realidad del día a día.
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