Es difícil hoy encontrar poseedores de tan enorme y gratificante cualidad, en perfecta simbiosis con la sinceridad e integridad.
La honestidad es un modo, un hábito de pensamiento, siempre dentro de la racionalidad, hermanada con nuestros actos en toda relación con nuestros semejantes, acompañada también de la dosis necesaria de justicia y equidad. La honestidad choca frontalmente contra conductas poco éticas, como la hipocresía, personas que con una falsa apariencia, con una personalidad inexistente procuran ganarse la estima del resto.
Pero la apariencia, la suplantación tiene una vida muy corta, ya que, más temprano que tarde se descubre su puesta en escena.
Traicionarla, lleva aparejada la ruptura de todo vínculo, bien sea laboral, familiar y social, convirtiendo la convivencia en algo imposible debido a los recelos y desconfianza.
Ser honesto significa mantener cuanto decimos, pero complementándolo con lo que hacemos, la respuesta que esperan los demás de nosotros, mantener conceptos y opiniones del resto sin alterar su contenido inicial, porque quienes nos rodean serán los jueces implacables que nos delaten.
Honestidad es asumir nuestros defectos, buscando de forma permanente el método eficaz para superarlos. Eso supone aceptar y reconocer nuestros errores, sin eludir nuestra responsabilidad y haciendo ver a nuestros semejantes que trabajamos duro por erradicar la conducta deshonesta. En la honestidad se basa nuestro crecimiento como personas, siguiendo la senda del bien. Tampoco valorarla es patrimonio de muchos, pues es fácil sucumbir a la debilidad, la negación de los valores que sustentan ese conglomerado donde lo humano y lo divino convergen.
La honestidad tiene un alma gemela, la lealtad, fiel vigilante de nuestra debilidad, la que nos lleva al pecado que alimentamos en nuestra conciencia, donde traspasar esa línea supone el nacimiento de la traición, la primitiva lucha entre el bien y el mal. El estigma recae con todo su peso sobre Adán y Eva, y, como primeros pobladores, sin consejeros, desconocedores absolutos del alcance y calado de tan escasa cualidad.
La disculpa de hoy es la sobada sentencia “de humanos es errar”, a modo de disculpa, como forma de exonerar esa torpeza, el nulo raciocinio o argumento inexistente, llegado el momento en que somos delatados como pecadores, carentes de todo cuidado al prójimo, en algo que nos acerca mas al reino animal que a lo humano y lo divino.
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