Amo la otra orilla, despoblada y sola,
donde las dunas de trigo emergen,
observadas por las palmeras
que impasibles y mudas
cubren su torso con las ramas muertas.
Campiña de veredas y lebreles,
de inviernos de agua y desabrida,
la que en la siega las manos hiere,
donde cada otero sabe en su aridez
de aquella niñez perdida.
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