La situación se vuelve convulsa, y como siempre, en el momento más inoportuno, pero quien suscribe casi siempre supo de prioridades, de conceder importancia a aquello que la merece, por encima de la mediocridad torticera que impregna la vida política.
Me importa aquello que me hace sentir, notar que estoy vivo, que el mundo sigue luchando en ese devenir cotidiano, el que me pone a prueba cada día, extrañar a quienes forman parte mi vida, que es la más común y global, pero la mía.
Es tan sabia la ajena, que supo ponerme a prueba, sacando mis demonios, enfrentando duelos irrenunciables, en esa arrogancia tal vez, en la prepotencia y soberbia, marchamos inconfundibles de la condición humana. Mi logro fue no arrojar la toalla, ningunear lo que a todas luces se presentaba como una prueba de resistencia, dilucidar si es cierto eso de que existen ángeles, personas que forman parte de la casuística, del azar, o qué se yo si del destino.
Es verdad entonces que la energía, lejos de destruirse sólo se transforma, y nada más estéril que la fuerza que se pierde. Malgastamos energía en el quilombo, en el reproche, en la ira por poseer lo que nunca fue nuestro, en la ansiedad que alimentamos, a modo de combustible que se pierde por cada fisura que provocamos. Y siempre la misma pregunta, ¿mereció alguna vez la pena? ¿Qué ganamos a cambio? El compromiso, en todos sus ámbitos, nunca puede ir de la mano de la visceralidad, de la imposición, porque eso nos deshumaniza y sitúa en el escalón de lo primario.
Primaria es también la idea que tenemos de un ángel, como forma de diferenciar o resaltar la antítesis de lo humano. Tan superficiales somos, que lejos de pararnos en la virtud, imitamos la terquedad de Icaro, sin medir las consecuencias.
Un ángel, lejos de lo místico y prosaico sí tiene sexo, y aunque pueda parecer de otra galaxia, es más de la tierra que los ríos y los árboles.
Un ángel es quien, sabiendo de tu ansiedad, de tus kilombos y demonios te sorprende con un ¿cómo estás?. Un ángel esconde sus dolores para calmar los ajenos, en el mayor gesto de generosidad que pueda verse. Un ángel siempre adivina tus lágrimas, sin siquiera verte, como siempre tiene a mano un pañuelo para enjugarlas. Un ángel borra de tus labios la derrota y te insufla el oxígeno de la victoria. Un ángel nunca guarda una alegría para sí, sino que la comparte para contagiarla.
En definitiva, tener un ángel en tu vida es el mayor motivo para dar las gracias, para siempre amarla.
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