De un tiempo a esta parte el reloj corre demasiado. No marca las horas, motivo más que suficiente para enloquecer, sin saber si ella se irá para siempre, o por el contrario, en un gesto de compasión deje abrir mis ojos para que la vuelva a ver.
A ritmo de bolero, ese reloj, como pérfido abogado del diablo, insobornable en su ser, me dice que los días pasan, que a veces es tarde, y así como la rosa un día mostrara su esplendor, todo llega, que cada invierno a la flor más bella el gélido invierno hizo palidecer.
Qué ironía, recordar lo que fuimos, caballeros de lanza en ristre, vencedores de torneos, sobre alazanes enjaezados,
en campo de bules, donde las adormideras tiñen de rojo los campos de nadie,
donde los cuerpos se yerguen
sabiendo que es nada la vida
cada vez que sale al encuentro la muerte.
Por toda arma hoy nos queda la palabra, bálsamo que alivia y cura las heridas infligidas en el peor de los campos de batalla, donde la lucha es tan desigual, donde lo más difícil siempre fue
restañar las heridas del alma.
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