miércoles, 16 de mayo de 2018

Estigma, valentía y talento



Me declaro un obsesivo con los personajes de la Historia, la literatura, el cine, el arte, imbricados en la misma patología : la enfermedad mental, en cualquiera de sus variantes.
Ese poderoso influjo lo provoca un denominador común en todos, el talento, la creatividad.
En la literatura, Alfonsina Storni, con sus fosforescentes caballos marinos, con una poesía que refleja el dolor y la frustración en una búsqueda incesante por conocer el amor. En el arte, sólo Vincent Van Gogh, por encima de Edvard Munch es el fiel y estigmatizado exponente de la locura, con sus más que conocidos episodios a lo largo de su corta vida.
Pero, sin salirme de la literatura, otra mujer llama poderosamente mi atención : Virginia Woolf.
Los causantes de una patología mental son diferentes en cada caso, si bien pueden existir coincidencias, todas están muy relacionadas, desembocando al final en alguna de sus variantes.
La genética es sin duda un factor que, en alguna medida puede acelerar el desarrollo de una patología mental, pero debería, por lógica, manifestarse a temprana edad, algo que no ocurre en los referentes que tengo por modelo, pues los inicios podrían ser como los de cualquier familia, y sin deferenciar entre clases sociales, pues el poder, en todo su sentido, no compra la inmunidad.
Sostengo pues, al margen de la genética, que son un conjunto de causas, sucesos excepcionales los que desencadenan la patología, los que, a partir de ese momento condicionan la vida de quien las sufre.
Adeline Virginia Stephen (V. W.) se educó en un ambiente literario, en un hogar donde no existían estrecheces económicas, en la sociedad victoriana de la época. Aunque no fue a la escuela, recibió clases particulares de eminentes profesores, así como de su padre. Puede que recibiera la mejor educación, sin duda, pero creo que eso la privó de la relación y vivencias con los compañeros, etapa que considero vital en la formación de cualquier individuo. ¿Tal vez su padre no era partidario de una posible “contaminación “? Ahí lo dejo. Lo que es incuestionable es su talento, más allá de mi particular conjetura.
Cuando apenas contaba 13 años, Virginia sufre su primera depresión, tras el fallecimiento de su madre y la de su cuasi hermana Stella, cuando tras abandonar el hogar familiar murió en plena luna de miel, a causa de una peritonitis. La muerte de su padre, por cáncer en 1905 la obliga a un ingreso breve, pero serían recurrentes sus frecuentes crisis depresivas.
Creo que cada persona afronta una pérdida, un suceso, de forma diferente. Puede superarse, o puede, por el contrario, permanecer latente, escondido, y manifestarse en un momento tan inesperado como inoportuno.
Conocedores de la escritora no dudan al afirmar que los abusos deshonestos sufridos por parte de sus mitad hermanos contribuyeron de forma decisiva a su trastorno bipolar, y ocasionalmente, casi de puntillas, se refirió a tan desagradable suceso, condicionada tal vez por el puritanismo de aquella sociedad.
Hay que ser muy valiente para, al mismo tiempo, defender esa idea feminista, la de la no exclusividad sexual, y Virginia lo llevó a la práctica cuando conoció a Vita Sackville, escritora también, y con la que sostuvo una relación de años. Valiente es su frase “si una mujer desea escribir ha de tener dinero y una habitación propia”.
El conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa y la escasa acogida de la biografía de su amigo, el pintor Roger Fry empeoraron su estado por lo que se vio incapacitada para escribir.
Cuando agitamos una coctelera sus ingredientes se mezclan, se fusionan en un todo líquido. Caben todos, dulces, ácidos, agrios, etc. Importa que la sensación placentera, agradable, supere a la desagradable o amarga. La guinda de ese amargo cóctel sugiero que fue la imposibilidad de plasmar su talento, adquirido en aquella envidiable biblioteca de su padre.
Fue un 28 de marzo de 1941. Aquel día, se puso su abrigo, y tras llenar los bolsillos con piedras se sumergió en el río Ouse y se ahogó. Su marido enterró sus restos bajo un árbol en Sussex. Es conmovedora la carta que deja a su esposo, donde es consciente de que sufriría más episodios, que prefiere marcharse antes que hacerle sufrir.


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