"Soñamos lo que nuestro cerebro decide: imaginamos siempre lo que nunca soñamos"
sábado, 22 de agosto de 2015
¿Quién mató a Piggy?
Nuestro viaje tampoco fue de placer, porque, si bien en un principio la ilusión lo prometía todo, este barco quedó a la deriva, sin un rumbo fijo, abandonado al capricho de los vientos, con demasiadas tormentas, hasta que se produjo el inevitable naufragio.
Todos murieron ahogados mientras dormían en sus camarotes, seguros de que era una tormenta de tantas, pensando tal vez que la calma volvería después, pero no fue así, y por ese capricho del destino, por ese azar de la propia vida fuimos los únicos que pudimos contarlo. Ya perdí la cuenta de cuántos días estuvimos en el bote, como insignificantes almas a merced nuevamente de huracanados vientos que agitaban tan pobre embarcación.
Hoy he visto que también estuvo con nosotros en el bote Richard Parker, ese tigre digno de las mejores novelas de Salgari, de Mompracen, salvaje y sanguinario, al que tuvimos que alimentar, siempre vigilantes, pues de su comida dependía continuar o no vivos. Tanto tú como yo fuimos Pi, el personaje de tan asombrosa historia y que magistralmente dirigió Hang Lee.
Nunca supe quién estuvo realmente conmigo en el bote, pues unas veces eras la dama correcta y educada, de escuetas palabras, de profunda introversión y otras, una dicharachera y divertida reina del comic, con humor mordaz, aunque he de confesar que sentía cierto pánico a ver tu otro personaje, el híbrido de los otros dos, y llegué a la conclusión, no sé si errada de que algo tuvo que sucederte hace mucho tiempo. Decidí quedarme con Piggy, pues era la más noble y sincera, la que en su ingenuidad y sin maldad alguna alegraba mis días, pero esto no gustó a la dama recatada y modélica, y menos a la real, la atormentada por no saber realmente quién era, la que luchaba por encontrar su yo, sin saber que debía romper y deshacerse de los fantasmas de su pasado, pues no se puede odiar y amar al mismo tiempo. En esa deriva tuve tiempo suficiente para analizar, para buscar y justificar al mismo tiempo esa actitud, por aplacar la ira de Richard Parker, ese que todos llevamos dentro, el que de improviso soltamos para que cumpla su cometido, lastimar, herir, e incluso matar. Tu Richard Parker llegó a herirme en nuestro naufragio, soportando sus zarpazos indiscriminados. Tras el inmisericorde y abrasador sol del día, en la soledad de la noche aliviaba mis heridas, sin dejar de preguntarme porqué me convertí en el blanco de su ira, saboreando el salitre que juro no provenía del mar. Qué terrible paradoja que, aunque herido, seguía pensando que algún día podría reconciliarme con el, sin miedo a ofrecer con mi mano su alimento.
Tras muchos días, arribamos a una isla llena de retorcidos mangles. Parecía desierta, sin vida. Los dos caminamos intentando hallar comida que en alguna medida paliara tanta debilidad. Richard Parker parecía desconfiado, y tras inspeccionar de pasada retornó al bote. De repente, como curiosos por algo extraordinario, se nos acercaron cientos de suricatos. Aquella visión me dejó desconcertado, pues el suricato es huidizo y desconfiado. Recordé entonces a los amigos que dejé y abandoné, los mismos que me desearon suerte en mi aventura. Cada uno de aquellos suricatos me miraba fijamente, como queriendo decirme algo. Tras comer algunos tallos de mangle quedamos dormidos en las anchas ramas, a modo de cama improvisada. A la mañana siguiente, tras despertar, me llamó poderosamente la atención una rama con lo que parecía una flor grande a punto de abrir. Aparté sus pétalos encapsulados y un miedo paralizante llegó a recorrer mi cuerpo. En el fondo, donde nace el cáliz, había un diente humano. Bajamos rápidamente de las ramas y aún tuvimos tiempo en nuestra huída de ver un cenote profundo donde los peces se disolvían, digeridos por ácido. Era una isla carnívora. Por esa razón los suricatos parecían dóciles. Sólo ellos conocían el secreto para sobrevivir, por eso Richard Parker, con intuición felina prefirió quedarse en el bote. Ese Dios, no importa judío, musulmán o católico, del que tantas veces hablamos, nos salvó la vida una vez más.
Aquella experiencia fue una más de tantas oportunidades que nos dimos entre tanta adversidad. Llegué a creer que tu Richard Parker, por fín sería dócil, que había desaparecido su instinto de herir. Tras abandonar la isla, sólo recordaba a Piggy, la que tantos momentos de alegría y risas me dio, y casi de forma mecánica miraba a popa, por si salía de aquél camarote de lona improvisado. Nunca apareció, porque Piggy fue devorada en la isla. Recordé entonces porqué aquellos suricatos mirándome fijamente pretendían decirme algo, reprochándome tal vez que me avisaron, que era una aventura peligrosa, que no se puede ser temerario en medio de la galerna, que no encajan a la vez la calma y la tormenta.
Tras otra incierta travesía, recalamos en la selva mejicana. Sin víveres, sin agua, bajé del bote como pude y mi rostro dio de bruces con la arena. Richard Parker saltó y se dirigió a la espesura, con andar vacilante. En un último esfuerzo levanté mi cabeza y le miré, esperando se girara, para poder despedirme de él, para darle las gracias por tantos momentos de zozobra, pero agradecido por su compañía, pero prefirió no hacerlo y desaparecer entre los árboles. Nunca volví a verle y nunca pude preguntarle, ¿porqué mataste a Piggy?.
(Ficción basada en Life of Pi)
Dedicado a ti, la única persona que me enseñó y descubrió a ese Richard Parquer que todos llevamos dentro. Gracias por tanto..!!!
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