Cuesta pasar de la algarabía al silencio, del bullicio a la quietud, de los martilleantes y monótonos sonidos de la fragua donde el acero es templado, donde todo es moldeado a base de golpes. El silencio es el agua que alivia la quemazón por tanto soportado, el descanso que adormece músculos para entregarse a la desidia y el olvido. A todo metal le espera la prueba, porque el descanso es breve y mucha la prisa por saber el resultado, si será o no víctima de la fatiga que un día le desgaste.
Noches que se incendian procurando ahogar al día, y que por largas desesperan en compulsivas ansiedades, para que no amanezca, para hacer creer al mundo que con todo podemos, que es un insulto eso de lo que hablan, de no sé qué historias de amarguras y soledades.
Necesario es mirar adentro, meditar y sopesar porqué dos almas idénticas se repelen, porqué no caminar en la misma dirección por esa ventaja que un día la vida nos dio cuando
nos marcó también a hierro y fuego, pero asumimos que peor no hay nada,a sabiendas de que es falso
y en el errado autoengaño dormimos en brazos de la complacencia. Resulta un arduo trabajo desarmar esta armadura, romper las cadenas que nos atan, porque, en el fondo, llegamos a amar la esclavitud, porque fuera todo son temores que se acrecientan al saber que la vida escapa, que no tiene sentido, y aunque el cuerpo sane siempre recordaremos con horror aquellas heridas que tiempo atrás nos destrozaron el alma.
Digna de alabanza es la alegría que llegado el momento el dolor espanta, la del soldado herido que sin renunciar presenta batalla, pero la risa ha de ser espontánea, lejos de los condicionantes de la adversidad, real y natural, y muy lejos del falso consuelo de la alegría forzada.
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