Temerosas golondrinas
que su canto airean
cuando los primeros rayos
asoman, saludando y abriendo los ojos
del milenario puente romano.
Temerosas de quedar
en el barro presas,
no pisan pues esta tierra,
y en el aire beben y se alimentan,
que no es de fiar este suelo,
y cada año, por estas fechas
retornan diez golondrinas,
por otras tantas que se perdieron;
madre, no me salen las cuentas,
que en el cansado recuento
me faltan las de trino largo,
alfareras de roja arcilla.
No las mató el barro,
ni tampoco el cansancio,
que las mató el hombre en su maldad,
cuando las charcas del tarajal
se tiñeron de lodo envenenado.
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