miércoles, 3 de diciembre de 2014

...De la vida y sus razones de vivir














                                


   Aparecemos en la tierra y nacemos de todo despojados, con la paradoja de que tras el dolor nos convertimos en motivo de alegría cuando por primera vez respiramos. Somos afortunados exteriorizando el gozo que supone la darwiniana continuación de la especie, con toda suerte de estímulos que nos diferencian solo en algo del resto de vida que nos fue dada en el principio de la creación, y aún así, en ocasiones, nuestros congéneres del reino animal evidencian nuestra total falta de sensibilidad, uno más de los rasgos que se engloban en ese todo al que llamamos humanidad, en esa acepción que habla del sentimiento.

   Alcanzamos a diferenciar las emociones, vivimos y nos movemos con ellas, y nuestra expresión corporal, ese otro lenguaje privado de palabras siempre es entendido a primera vista, a modo de emoticones imposibles de esconder. Sufrimiento y alegría  van siempre de la mano, situados en los platos de una balanza imaginaria que pugnan por la equidad o, cuando menos, por una aceptable proporción.

   Casi todo nuestro sufrimiento es provocado por nosotros, desde el momento en que nos marcamos unos objetivos, la razón, en parte de nuestra existencia. El error está cuando nos sentimos atraídos por ese materialismo que compone nuestro ego periférico, asociándolo a cuanto nos rodea y con lo que convivimos, familia, relaciones, amistades, profesion, propiedades, se convierten en circunstancias que escapan a nuestro control, alejadas de nuestro eje, susceptibles de quedarse en proyectos, de no cumplirse las expectativas que nos marcamos. Nace así el sufrimiento.


   Nos resulta difícil vivir sin esos objetivos, por otra parte, lícitos, capaces de contribuir a nuestro desarrollo, pero son sin duda los ángeles guardianes que fiscalizan toda nuestra existencia. Es razonable pues servirnos de los objetivos, usando y rehusando, pero nunca abusando, pues el sufrimiento es del todo inútil, ante la lógica imposibilidad, no ya de conseguir, sino de acometer o intentar. Abusar es vivir el cómputo de los años con la obsesión de la consecución, y si en el camino perdemos los motivos vitales, los estímulos necesarios, adios vitalidad, adios alegría, todo ello sin que, necesariamente seamos culpables de la circunstancia. Pero pretender extender a la mayoría vivir como Diógenes tampoco es el ejemplo a seguir. Se trata pues de establecer el equilibrio necesario, de abarcar lo que apretamos, de valorar lo realmente importante entre tantos objetivos y alimentar con la motivación necesaria cada uno de esos días del calendario, porque entre ellos hay uno que nos recordará nuestro esfuerzo, que mereció la pena vivir entre tantas razones que aparecieron ante nuestros ojos, sin olvidar nunca que vinimos sin nada, y sin nada nos iremos.

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