sábado, 20 de diciembre de 2014

Con todos los respetos, señor Confucio.











                          

   Queda advertido en el título, pero lo repito: con todos los respetos, porque no pretendo cuestionar su pensamiento ni su filosofía en general, que, por cierto, es muy loable. Tampoco hay soberbia por mi parte, ni prepotencia, porque confieso que he leído muy poco de su obra. Para que me entienda, tengo menos conocimiento que una liebre con tres días.

   Con sus antecedentes, usted fue un ejemplo de superación, de lucha ante la adversidad, pues aunque su familia de nivel acomodado se arruinó, supo enderezar el rumbo que le convertiría en ese gran pensador, en la China de dinastías fragmentadas y cambiantes. Creo que en todo su pensamiento influyó el conocer los resortes del poder, que vió la injusticia de primera mano, y dio ejemplo de lo que  debe ser un servidor del pueblo, cuando dimitió de su primer cargo al estar en desacuerdo con la política imperial, proceder que pocos políticos actuales están dispuestos a seguir. Lo suyo tuvo que ser verdaderamente para volverse loco, porque tantas guerras afectaron incluso a la creencia religiosa y una pérdida casi total en la ancestral fe. Hoy resulta muy fácil mover y convencer a las masas, gracias a la tecnología, al merchandising con toda una legión de asesores, pero existe una abismal diferencia entre esto último y su forma de predicar, de enseñar, y, por supuesto, los fines. Mientras el político moviliza al pueblo con su mensaje en beneficio propio, como demuestra la política internacional, usted lo hacía de forma apostólica, es decir, de ciudadano a ciudadano, o el boca a boca, y sin ninguna pretensión en forma de poder, status o beneficio personal, lo que le sitúa en las antípodas del otro modelo. En lo esencial, usted busca la modificación de la conducta del individuo, y por ende del Estado, en términos de justicia, respeto a la sabiduría de los mayores, la tradición, etc. Con esta premisa, las virtudes primordiales para el individuo son tolerancia, benevolencia, bondad, amor al prójimo, y, como ya dije respeto a las tradiciones, a los mayores, virtudes que focaliza en la máxima jerarquía, pues si el príncipe es poseedor de la virtud, sus súbditos le imitarán de forma ejemplar, y todo ello en la jerarquía que conforma esa sociedad, gobernante-súbdito, marido-mujer, padre-hijo.

   Es sabido que su pensamiento caló profundo en los diferentes gobernantes, que veían en sus postulados una forma de conseguir la armonía gobernante-gobernado. Su pensamiento, señor Confucio, lo absorbe la plebe, la polis, y lo desprecia quien tiene la misión de gobernar, porque choca frontalmente con sus perversos objetivos. Y llega a nosotros de la mejor forma que podemos asimilarlo, con todo el compendio en forma de aforismos que nos dejó. Sin embargo, he de confesarle que uno de tantísimos aforismos me dejó algo “tocado”desde que lo leí por primera vez.

   “La mujer es el ser más corruptor y corruptible del mundo”

  No sé cómo era la mujer de su tiempo, pero no creo en modo alguno que gozara de los derechos (pocos aún) actuales. Si eso lo afirma un personaje de hoy, no ya político, sino de relevancia social, el escrache está más que asegurado por parte de grupos tipo Femen y demás. Pero lo dijo usted, un gran pensador, y a lo sumo, la generalidad femenina, lo mira de reojo y pasa de largo, sin darle más importancia. Y es que, hace tanto tiempo….

   Algo tuvo que suceder para plasmar tan firme sentencia, pero usted, señor Confucio nació de una madre, necesitó de esa madre o sustituta en la lactancia, porque, como todos los humanos también necesitó de los cuidados desde su alumbramiento. Eso no ha cambiado con el paso de los siglos. Tan demoledora frase también puede ser producto de una acentuada misoginia, larvada en alguien que sufriera algún tipo de desengaño o revés amoroso, pero no lo afirmo, sino que lo contemplo como una posibilidad, dentro de tantos motivos que pudieran provocarla. Pero como dije al principio, no conozco su historia, sino que me quedé en esos aforismos llenos de virtud en la consecución de esa armonía que rige la vida. Aunque pueda parecer osado, no lo soy en absoluto porque su inmenso pensamiento quedó, y gracias a el, todavía perduran esas virtudes que nos hacen más humanos. Y, como dicen por el sur, nunca dejó de hacerse un cocido por un garbanzo negro. Y es que, de los borrones cometidos por los más grandes filósofos, pensadores, políticos, escritores, ninguno se salva, ni siquiera usted, señor Confucio.



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