No sé si escribir
es un arte, como reza el nombre de un grupo donde colaborar. Sí supe con solo
quince años que escribir me permitía contar, aunque solo fuera para mí, aquello
que no pude decir por aquél imperativo de la disciplina, de la jerarquía y
obediencia debida a quienes por entonces decidían lo correcto y lo que se
apartaba de lo considerado como “normalidad”, o aceptación de aquellas reglas.
Casi por casualidad
supe del diario de Ana Frank, aquella adolescente que como un topo se escondía
de la maldad en forma de pensamiento único, y que incluso se permitía hacer
planes de futuro, creyendo firmemente que algún día desaparecería el horror.
Tampoco ayudó mucho
que un tal Salvador Allende vendiera cara su vida en el bombardeo del Palacio
de la Moneda ,
y supe también de las andanzas (todo clandestino) de un tal Ernesto Guevara de la Serna , a quien no le importó
nunca hacer suyo el calificativo de sus compañeros de estudios: el “chancho”
Guevara, quien se atrevió a recorrer la inmensa Argentina en una motocicleta
destartalada, toda una odisea para la época, estableciendo contactos de lo que
un día sería su particular conjunción interplanetaria encaminada a conseguir la
libertad de los pueblos. Es verdad que era más sencillo tomar conciencia, pues,
Internet ni siquiera era un proyecto. Mucho menos el perverso Whatsapp ,
verdadera arma de destrucción masiva que impide la realización plena del
individuo, en lenta agonía y amortajando sentimientos, entronizando lo banal y
sacrificando los valores que desde siempre distinguieron a la condición humana.
Como el ave que emigra también soy de costumbres fijas, y nunca dejé de
escribir, con la fidelidad que prometí, como el ruiseñor que permanece cerca
del nido, comunicando a su compañera que el canto es la muestra de estar vivo.
En todo caso, es
arte cuando las emociones escriben al unísono, sin escatimar o temer la ofensa,
imaginando seres irreales que hurguen en nuestra adormecida conciencia,
sorteando las consignas del intruso que solo medra. Escribo por mi libertad,
esa que demasiados vigilan y acechan, como tributo a la soledad y la tristeza,
a tanta y tanta esperanza arrebatada por el despotismo que la alienta.
El arte de escribir
es mucho más de lo que emborronar yo pueda…
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