sábado, 30 de agosto de 2014

DE CALMAS Y TEMPESTADES


                            
                 

   Transcurren los años dejándonos llevar como veleros, divisando costas y doblando cabos de tormentas permanentes, a veces como osados e intrépidos navegantes, sin la ayuda de sextantes o astrolabios, con la falsa autosuficiencia de luchar contra los elementos, de salir victoriosos de la galerna, con nuevas incursiones que permitan abordajes. También emulamos a corsarios y piratas en su arrojo, aunque en el fondo, sintamos que se acerca el naufragio, porque sin naves no somos nada, porque miramos más a popa que a proa, con viento a favor, y unas velas plegadas.

   Cuando la bravura merma, y nos abandona hasta la soberbia, abrimos el cofre de lo que ayer creímos un tesoro. Cartas de navegación con rumbos marcados a conciencia, con la tinta indeleble en pergaminos ocres y perfumados, fantasmas del pasado que emergen de las profundidades de nuestro abismo, como un cuaderno de vitácora que enumera en ordenada cronología nuestro errado rumbo.

   Como cruz de caliza que domina el acantilado, así contemplamos nuestros fracasos, observando los restos esparcidos que un mar furioso devuelve a la orilla, meditando al amparo del salitre que se mezcla con la brisa y un faro por testigo que en ráfagas alumbra el interrogatorio de nuestra vida.


   Es hora de volver, reconstruir aparejos rotos, soltar amarras y perseguir el horizonte que se confunde con los astros, atar al cabrestante la ilusión de quien zarpa convencido de vencer al oleaje, en la última expedición, con el último sotavento, pero seguros de alcanzar el destino que un día cualquiera marcara la rosa de los vientos.  

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