domingo, 20 de julio de 2014

VOLVER A LOS DIECISIETE ??

     Cuando salí, tal día como hoy de aquél recinto sin murallas, pero cerrado, supe que todo un mundo me esperaba fuera, incluso fui contando kilómetros, recreándome en sembrados de maiz y algodón en la extensa vega, interminable para un viajero asombrado, casi como ese paleto que al cabo de treinta años ve por primera vez el mar.

   También el miedo me atenazaba, por aquello de lo desconocido, de ese volver a empezar cuando nada está a tu favor, cuando la vida nuevamente te pone a prueba con caras, lugares, rincones que vi en esas postales de tonos sepia, con jardines centenarios y sillares de caliza por angostas y empedradas calles. Solo tenemos un tiempo donde paran  reloj y  calendario a la vez, porque como ilusos creemos que todo el tiempo nos sobra, que ya habrá momento para planes, para organizar nuestro desaliñado modelo de encarar un incierto futuro. Entonces no entendí a Violeta cuando evocaba “vover a los diecisiete”, y sí su “mazúrquica modérnica”, para no desentonar tal vez con las demandas sociales y todo el gentío que reclamaba un cambio de rumbo.

   Llegamos a creer que nuestra lucha era dogma de fe, que quien no tomaba partido estaba equivocado, pero quienes no se implicaban tenían otra edad, habían visto mucho más que nosotros. Llegué a creer a Celaya, aceptando sin reparo también aquello de “maldigo la poesía de quien no toma partido”.

   Hoy tengo los años de aquellos espectadores pasivos que no tomaron partido y para los que siempre fuimos solo eso, unos ilusos utópicos con algo más de ocio que ellos.
También hoy les perdono aquella pasividad, al tiempo que abandono a Celaya en toda poesía que tome partido, porque la poesía no pertenece a colectivos partidistas, y porque de hacerlo, se convierte en un simple panfleto. La poesía sí es un arma cargada de futuro, pero un arma que no fomente odios ni rencores, sino que alcance al individuo de lleno en el hemisferio de la razón.

   Hoy, en el ecuador de una historia, y a pesar de concluir la tendencia natural, la que te enseñan desde el uso de razón “para cuando seas mayor”, no soy  mejor ni peor, pero tengo derecho a plantearme si mereció la pena. Sin renunciar a lo vivido, sí reconozco con cierta amargura que aquella opción de libertad proclamada es la misma que niega a nuestros hijos la educación, la sanidad y tantos derechos arrebatados en nombre de aquél cambio. Ahora soy yo el espectador pasivo que dejó de creer en capitanes intrépidos, en cantos de sirenas, esperando no sea tarde para recuperar lo que dejé en el camino, desandando si hace falta el mismo.


   Cedo pues mi testigo a esa generación de los diecisiete, y no les doy el consejo que un día no quise escuchar, sin adoctrinamiento, porque  será la propia experiencia quien les diga  si escogieron lo correcto y humano en su encrucijada de caminos.      

( Me quedo con Violeta...y su musguito en la piedra...)

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