Desde que tomé contacto con las disciplinas del arte en general, porque arte hay hasta para fumar un cigarrillo, (véase Marlene Dietricht), confieso que me sentí sobrecogido, con ese morbo o curiosidad de quien ata cabos buscando una explicación a lo inexplicable.
Y tiré de los que más me impactaron, tras familiarizarme en algo con su creación, porque siempre he creído que por el legado del artista se adivina en parte su historia, con su verdad sobre el escenario y lo oculto entre bambalinas. Afortunadamente, y en la mayoría de los casos, la Historia reconoce al genio y le sitúa en su justo lugar en lo que a méritos artísticos se refiere, entrando de lleno también en todo su ciclo biográfico.
Fue Gustavo A. Bécquer quien me cautivó, por ser de los primeros en leer, confieso que de manera forzosa, por aquello de la asignatura de obligada aprobación. Bécquer, el romántico tardío, más conocido por sus oscuras golondrinas, murió a la edad de 34 años, víctima de la tuberculosis. Encajaba a la perfección en ese perfil enfermizo, con un sistema inmunitario pobre, donde un enfriamiento invernal fue suficiente para llevarle a la tumba. Poco tiempo antes de su muerte, ya se dieron las circunstancias, pues, su hermano Valeriano, pintor y dibujante, murió repentinamente, lo que le sumió en una profunda tristeza, lo que hoy conocemos por depresión. Es curioso, pero la muerte de Gustavo A. Bécquer, el 22 de noviembre de 1870 coincide con un eclipse total de sol, y, a modo personal creo que eso añade si cabe, más interés al deceso por tan macabra coincidencia.
Amó con pasión a una dama de Valladolid, pero la amante desconocida pronto se cansó de él, y tras ser abandonado quedó sumido en un mar de ansiedad y desesperación, y casándose de forma precipitada (¿ les suena lo de precipitadamente?) con Casta Esteban, hija del médico que le trataba de una enfermedad venérea. Era difícil saber quién de estas mujeres se revelaba como musa del poeta, o en su mente albergaba un idealizado modelo de mujer. Desconozco cómo pensaba, generalizando, la mujer de aquellos años, pero Bécquer tuvo una relación inestable con Casta, motivada por desavenencias y "por su contínua presencia en casa". Qué contraste con nuestra realidad actual, donde a la enamorada todo el tiempo en casa del marido le parece poco, y donde las largas ausencias son uno de los motivos esgrimidos por alguna de las partes en una separación o divorcio.
En su agonía pidió a su gran amigo Augusto Ferrán que destruyera sus cartas, pues consideraba que serían su deshonra, y que publicasen su obra, porque estaba convencido de que sería reconocido después de muerte. Sus últimas palabras pronunciadas fueron, "todo mortal". Desde 1972 descansa en el panteón de Sevillanos ilustres.
Como la brisa que la sangre orea
sobre el oscuro campo de batalla,
cargada de perfumes y armonías
en el silencio de la noche vaga;
cargada de perfumes y armonías
en el silencio de la noche vaga;
símbolo del dolor y la ternura,
del bardo inglés en el horrible drama,
la dulce Ofelia, la razón perdida
cogiendo flores y cantando pasa.
del bardo inglés en el horrible drama,
la dulce Ofelia, la razón perdida
cogiendo flores y cantando pasa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario