miércoles, 2 de julio de 2014

EL JARDÍN DE PROSÉLITO

   Es algo patente y constatable en la realidad cotidiana de un país. Cualquiera de nosotros puede notarlo, ver que la desesperanza se instaló con nosotros como un residente casi permanente e incómodo a la vez. La terrible situación económica, unido a la falta de valores merma en demasía nuestra capacidad de raciocinio, apagando toda luz de ilusión y futuro. Todo nuestro cuerpo, la máquina casi perfecta, está preparado para un eventual desplome de nuestras emociones y sensaciones, esas que circulan a gran velocidad por una intrincada red de autopistas neuronales, y llegada la ocasión es capaz de liberar la dosis necesaria en forma de pequeñas cadenas proteicas, las endorfinas, el opiáceo natural que producimos, y hasta veinte veces más potente que cualquier analgésico de uso corriente. Son las encargadas de mantener los niveles aceptables de la sensación de bienestar, humor, calma, estimulación, así como el refuerzo de nuestro sistema inmunitario.

   Pero no todas las máquinas responden igual, aún fabricadas siguiendo los estándares sujetos a una única norma, por lo que las fallas necesitan corregirse, repararse, con una diagnosis concienzuda y certera, garantizando así un correcto funcionamiento. De no subsanarse estas carencias pasamos a un estado vulnerable, donde cualquier emoción negativa, por pequeña que sea la magnificamos, aumentando su tamaño como una enorme bola que rueda sin control en la pendiente.

   Ante la ausencia de inmunidad, aparecen los virus oportunistas, sabedores de que conquistarán cada palmo del organismo en una clara falta de respuesta.

   Trasladando esto a nuestra realidad social, es fácil entender porqué tienen tanto éxito los medios que ofertan todo tipo de logros en salud, trabajo, amor y cuantas carencias ponen de manifiesto nuestra propensión a ser vulnerables. Siempre queremos que nos digan aquello que queremos oir, y aquí aparece la figura oportunista en forma de proselitismo.

   Aunque suenan más dos tipos de proselitismo (religioso y político), yo añadiría uno más: el social. Todos cumplen la misión de captar adeptos para una causa o fin, y del ideario de sus postulados depende en gran medida su peligrosidad. El religioso busca extender un credo, capitalizar su pensamiento, lo cual puede medianamente entenderse, ya que buscamos afinidades acordes a nuestras opciones. El problema surje cuando esa captación es desviada para fines, religiosos también, pero con una visión radical, extremista. El proselitismo político es una calcomanía del anterior, y sirva como modelo negativo, por ejemplo, el adoctrinamiento masivo de la juventud en Alemania, lo que dío lugar al triunfo del ideario del III Reich, con las consecuencias por todos conocidas.

   El social es el menos llamativo, sin estruendo, y sí muy selectivo, con un perfil de posibles adeptos muy localizado, e incide en personas con carencias sobre todo afectivas y de soledad y es ahí donde el captador entra en acción, lanzando el mensaje de la paz, armonía familiar, amor, amistad, conceptos todos en los que en más de una ocasión hemos extrañado. En su fase inicial todos quedan prendados con el mensaje que deseamos oir, y la relación se acrecienta hasta que dejamos de ver un comunicador, convirtiéndole en líder, en guía espiritual de cuanto nos atormenta. Este se convierte en peligroso cuando el sujeto no es capaz de diferenciar realidad de mensaje, separar lo que dice otro semejante, de carne y hueso, dejándose arrastrar por la hipnosis que el actor principal ejerce sobre él. Si la misión fuese únicamente transmitir paz, sosiego, estabilidad emocional, tiene su sentido, pues cumple una función digna de tener en cuenta, pero, desgraciadamente, una vez captado y alienado el individuo no es capaz de decidir por sí mismo. Aparecen entonces las normas de conducta que le impone el líder, reprendiendo y anulando toda capacidad de decisión. La pregunta es, ¿qué intereses persigue con la legión de captados el proselitista?

   Dentro del proselitismo social, y a tenor de mi corta experiencia en la red, está el individual que busca a la colectividad. Si una de las formas de gobierno que expone Platón es la timocracia, donde el gobernante solo busca reconocimiento, notoriedad y status o posición, aquí aparece la figura de quien un día triunfó, saboreó las mieles del éxito y a la vez descendió a los infiernos. No es el triunfo pignoraticio en forma de emolumentos lo que les mueve, sino recuperar su status perdido, el nivel de preeminencia sobre los demás. El perfil suele ser de alguien con un marcado ego con gran dosis de envidia y narcisismo. No busca la cultura que pueda aportarle su nutrido grupo de “amigos”, sino que los utiliza para ascender a lo más alto, lo que le sitúe en la cúspide. Da igual que los “conozca” de dos días. Si la ocasión se presenta, utilizará al “amigo” más relacionado con el de arriba. Es su particular aparato de propaganda, solicitar “amistad” de forma compulsiva hasta conseguir el ejército de fieles servidores que cumplan la misión de intermediarios entre lo más alto, y bajo la apariencia de una amistad, limitada a monosílabos en las aportaciones, llegar a la meta que un día se propuso. Este proselitismo no es peligroso, porque, a lo sumo, una vez descubiertas las intenciones, solo provoca sensación de engaño en quien se vió utilizado, y, ante el más mínimo reproche a su actitud, todo queda resuelto con un bloqueo permanente en toda regla. La calificación a este tipo de comportamiento la dejo a criterio de cada uno, pero es muy probable que todos hayamos sufrido algo parecido en carne propia, por lo que no tendrán problema a la hora de emitir un juicio.


 

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