sábado, 28 de junio de 2014

A CUENTA DEL OLVIDO Y EL PERDÓN

   Es cierto que me hizo reflexionar mi amigo Pablo, escudriñador, que, desde experiencias personales intenta poner algo de orden en esto de las relaciones humanas.

   No llevo días, sino horas meditando, carcomiendo los laberintos neuronales que me atormentan casi hasta terminar en ese estado ausente de la realidad. Miro al inmenso campo sembrado, verde, el que me transporta a la niñez, a esa que solo yo viví, tan diferente a la de quien ahora me increpa y fustiga.

   Todo, para llegar a la conclusión de que no sirvo para odiar, que la tecnología llegó para compartir, para conocer, y, tal vez por un fallo de seguridad adquirir la capacidad de valorar más allá de lo virtual. La máquina, el software, jamás se equivoca, porque fueron concebidos para desatar todas las emociones, todos los sentimientos, por ese poder de idealizar en la distancia. El fallo siempre es del humano, incapaz de sopesar el riesgo, inútil a la hora de diferenciar presente de futuro nuevamente virtual.

  Pero sucede que no hablamos con máquinas, sino con personas en la distancia. Comprendemos y aceptamos lo que nos une, pero a la vez nos involucramos, sintiéndonos como parte de su vida, experimentando las mismas sensaciones de dolor, las de la rutina que componen las veinticuatro horas del día, llegando a formar parte de ese todo que aceptamos por ese amor al prójimo, por ese hilo que nos conduce a la felicidad, y aún más veces a la indiferencia y el desprecio, pero lo asumimos con el riesgo del trapecista que se juega la vida sin red.

   Tras las preguntas al porqué se suceden las respuestas impregnadas de crueldad, pero fuimos creados para soportarlo todo, para tragar y digerir lo más selecto de cuanto exhala quien nos acusa, en un ejercicio constante de resistencia ante la provocación de lo nunca razonado.


   Hoy, tras robar el sueño a mi conciencia, tras reñir con mi otro yo que me aconsejaba lo contrario, reconozco sin rencor que no sirvo para odiar.

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