Esquiva y aciaga es la tarde
en las inacabadas horas,
de sentir que solo ahora
lo que ayer prendía deprisa
es húmeda leña que no arde.
Caminos de acero se retuercen,
negando el vital destino,
final de sentir en desatino,
reconocer que tras la muerte
nunca los senderos convergen.
Atrás quedan torres coronadas
sillares de caliza en los oteros,
campanas de tañido certero
que como candil que se apaga
recuerdan que todo es nada.
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