¿ Han formateado
alguna vez su ordenador? Todo desaparece, nada queda, salvo una nueva carga de
archivos de un sistema operativo que nos devuelve al principio, pero libres de
virus, del mal que lo enlentecía, que le impedía pensar o procesar. Hay
similitudes, casi clonadas, en el comportamiento diario del ser humano, donde
sucesos no deseados a lo largo de nuestra vida se quedan a vivir como
residentes perpetuos en nuestra memoria. Muchos son superados con esfuerzo
sobrehumano, con el mérito añadido de conseguirlo en soledad, tal vez como una
meta propuesta, fortaleciendo la idea de que podemos vencer esa situación.
Pero este asqueroso
y maldito mundo nos lanza otro mensaje, nos bombardea con el status, con la
supremacía, por encima de la sencillez y la humildad, valores ambos que cambiarían
el modelo de comportamiento de sus pobladores. Para quien vivió la opulencia y
el éxito es difícil conciliar la nueva situación a la que le abocaron las
particulares y durísimas circunstancias, de índole laboral, social o familiar.
Nadie puede bajo ningún pretexto “ponerse en su lugar”, porque solo ellos lo
vivieron, y porque nunca desde la comodidad podemos entender la tristeza, la
enfermedad y la soledad. He tenido la ocasión de comprobarlo, como también he
perdido la posibilidad de poder, en la medida de unas pobres posibilidades,
ayudar. He sentido la sensación de tener asido por la mano a un náufrago que se
ahogaba y contemplar horrorizado cómo sus manos se escurrían entre las mías
hasta perderse en el océano.
Nuestras celdillas,
como los cluster de un disco duro, guardan esa información en medio de un
laberinto neuronal, pero lo que nos diferencia es que nuestro cerebro no puede
ser formateado, que de forma inesperada, como en un fallo generalizado del
sistema nos recordará por medio de luces parpadeantes y sonidos un estado de
alarma.
En nuestra visión cerebral aparece la interface de la
conciencia, recordándonos nuestra crueldad en forma de reproches y acusaciones
recíprocas, hasta que de forma súbita gritamos ¡ Basta, déjame en paz ¡. Es el
fin, el punto de ruptura o desbordamiento de información, todo se acabó…
Ahora nos invade un
sentimiento de culpabilidad, una sensación de vacío, una autoestima casi
inexistente, pero es el precio que tenemos que pagar por elegir entre la
ruptura o la complicidad, que en nada ayuda tampoco.
Por más que
intentemos el olvido, algo queda siempre…
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