En este preciso momento recuerdo la frase de Michel Eyquem de Montaigne, gran humanista y ensayista escéptico, quien decía: "Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos para correr detrás de lo que nos falta".
No tengo más remedio que meditar, desglosar y diseccionar algo tan lapidatorio, en esa contínua búsqueda casi obsesiva por mi parte del porqué de las cosas. El político, incapaz de todo lo que no sea medrar, trepar, sería el ejemplo más aproximado al aforismo. No importa si nace en el seno de una familia de clase humilde, media o alta, porque todos harán lo posible por cambiar lo que un día les identificó ante sus vecinos, amigos, compañeros de trabajo, etc. Dejar ese vehículo que le relaciona con lo común, la vivienda que se confunde con el resto, y, sobre todo, el status, la pátina o marchamo que sublima el mayor de los egos. Es nadar en esa erótica del Poder, donde el dinero es capaz de llevar la contraria a la máquina del tiempo, donde lo vulgar se convierte en refinado, donde los jirones se tornan en delicados rasos.
¿ Es legítimo, y sobre todo, moral abandonar las raíces de donde procedemos por una tierra que nunca fue prometida? Creo que, en el sentido práctico, es legítimo, aunque dudo que sea compatible con lo que moralmente somos capaces de aceptar. Es a temprana edad, cuando con una crueldad inaudita comenzamos a marcar las diferencias, humillando y postergando a quien no creemos digno en la manada, por el simple hecho de nacer diferente, porque ese mismo humillado tendrá que demostrar que todos se quedaron cortos en su maldad, consiguiendo así el espaldarazo del clan de la tiranía.
Es en la magia del amor, donde discrepo con de Montaigne, porque es aquí donde, con demasiada frecuencia corremos detrás de lo que nos falta. Nos puede faltar una mínima dosis de libertad, tan necesaria para combatir la monotonía, porque, a veces, la libertad supone un poco más de oxígeno en toda carrera de fondo, porque la semiesclavitud siempre nos veta la cultura, esa amplitud de miras, de saber que también hay vida allá donde habite un corazón limpio. Y si corremos detrás de lo que nos falta, es señal inequívoca de una carencia, de una vida que no nos satisface plenamente. Es justo pues, anhelar no lo material, sino lo espiritual, lo que abre el corazón de quienes, en un gesto de amor infinito se atreven a soñar, taponando heridas, intentando cambiar los tabúes que durante siglos fueron el dogma de fe que despojó al hombre de lo humano. Tampoco creo en hechizos y alquimias, las que condenan al hombre a la aridez en sus ideas, convirtiéndolo en perseguidor eterno de las imposibles utopías.
Es justo pues, desear aquello que nos hace grandes en lo humano, compartir lo poco que tenemos, y, sobre todo, aceptar que nada es nuestro, que las quimeras, también forman parte de lo que en toda una vida perdemos.
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