Detrás de cada
obra hay una historia que sólo el propio artista conoce. La casa amarilla me
atrajo porque fue allí donde Vincent se trasladó, alquilando cuatro
habitaciones, no solo para el, sino para compartirlas con los posibles artistas
que quisieran establecerse, crear el vínculo a través del que todos se enriquecen.
Vincent invitó a
pintores que coincidieron con él durante su estancia en París, aunque ninguno
acudió, excepción hecha de Paul Gauguin, quien no lo hizo con un convencimiento
absoluto, sino bajo el compromiso de devolver el favor a Theo, quien le compró
varios cuadros, hablándole al mismo tiempo de su hermano Vincent.
Presumo, ( y es mi
simple observación), que el plante de aquellos artistas de París hizo mella en
la autoestima de aquél hombre, de por sí atormentado, proyectando su ira en
Gauguin, siendo este el blanco perfecto donde descargar su frustración. Fueron
contínuos los enfrentamientos entre ambos, relacionados con lo artístico, con
dos visiones diferentes del arte, y, por otra, situaciones límite que rayaban
en lo personal. La relación entre ambos se rompió cuando Vincent atacó y
persiguió a Gauguin por dos veces, navaja en mano, sin llegar a lastimarle. Fue
cuando Paul decidió marcharse.
Reconozco mi
apasionamiento por toda la obra, así como la del hombre, porque ambos son
excepcionales, pero saco una conclusión, repito, personal. Veo un trastorno
bipolar, donde se suceden estados de verdadera creatividad unidos a
comportamientos psicóticos, donde asoma ese Mr. Hyde que rompe el aura del
creador. Es solo cuando el brote psicótico cesa, y Van Gogh, en el lado del
bien, reconoce su error, e intenta por todos los medios recomponer la relación,
y, ante la nula respuesta por parte de Gauguin, opta por cortarse con la misma
navaja una oreja. Ni siquiera este suceso, propio de alguien mentalmente muy
inestable consigue el cambio de actitud de Paul Gauguin.
El casi monocolor
de la obra, es otra pista a tener en cuenta en ese estado atormentado del gran
Vincent, algo parecido a lo que mostraban los fauvistas, según la situación
personal, las vivencias y cuanto influyera en su estado anímico. Tampoco puede
descartarse la soledad, como ingrediente impredecible de la reacción lógica de
aquel pelirrojo atormentado.
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