En la inmensidad de
lo que habitamos siempre se hace infinita la ausencia, tornándose lejana, casi
perdida, pero nunca olvidada. También es alivio levantar la cabeza de todo aquél
que se asfixia, sin encontrar el oxígeno necesario para la marcha. Vuelan y
merodean fantasmas, como queriendo recordar nuestra realidad, nuestro entorno
de rutina, las cadenas que aceptamos en el tiempo que nos tocó vivir. Son los días,
los meses, y después los años, la justicia implacable que ratifica la condena.
Con el paso del
tiempo se acentúa la sensación de no valorar en su momento cuanto tuvimos, sin
la coacción de respetar las formas, con la libertad que dan las alas al cóndor oteando la
altiplanicie. Ahora, sin la ayuda necesaria somos clones de Icaro que caen en
picado al calentar el sol. Leemos, analizamos y todo toleramos con la más
grosera de las sumisiones, con un respeto asumido por imperativo legal que se
confunde a veces con la cobardía, con la mirada hundida de la resignación.
Es vicio que
degrada el aferrarse a la mano que te salva, al oido que te escucha, al
samaritano que cura tus heridas, a la voz que te ayudaba cada mañana para, con
una pizca de honestidad asumir que acaba el día.
Todo queda dicho, y,
a la vez todo perdonado, porque sin sentido son los reproches de un mensaje inexistente
y acabado, porque nunca es justo doblegar la voluntad de quien en libertad
decide, porque la vida es ese tren donde el pasajero fija su destino, evitando
la via muerta sin posibilidad de retorno, la ruleta rusa que nuestro rostro
empapa en sudor frío, el error fatal de darlo todo con dos cartas que asesinan
todo el juego.
Es difícil que allá
se entienda cuanto digo, porque siempre importa lo cercano, porque el ciego
nunca supo de colores, ni la posibilidad de tomar un café con alguien verdaderamente
humano, alguien que describiera que tras la lluvia siempre viene el arco iris,
el de los deseos, el de toda la vida en un minuto, el del tiempo necesario para
admirar la belleza de lo natural y a la vez sencillo. Nada hubo peor que un
adios sin despedida, que una carta sin respuesta, que un reo sin saber lo que
justifica su condena, que esperar y esperar sin esa palabra que ansiamos oir,
pero que nunca llega.
(Solo quienes se
sientan identificados pueden entender este mensaje y que por demasiado común,
no por ello deja entrever lo humano).
1 comentario:
Juan!!!,tomo tus palabras y me las apropio como ya te dije,y me identifico plenamente,sabiduría?,don?,humanidad del poeta?,que al escribir sus sentires logra que el lector se identifique de tal manera que vea reflejada su propia historia.al menos en mi caso,gracias por ser él vínculo real en éste tiempo,y al leer tu poesía,tu prosa ya no me siento sola,eres mi silenciosa compañía.
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