Dicen por ahí, que
desde el momento en que sentimos nostalgia comenzamos a morir. Allá cada uno
con sus frases y pensamiento, pero sí digo también que una persona sin
nostalgia se pierde en el vacío, de la misma forma que, cualquier tiempo pasado
nunca fue mejor o peor. Cada uno de nosotros somos dueños de nuestra nostalgia,
por lo que no cabe dogma de fe ni pensamiento único a la hora de afirmar una
cosa u otra.
Siento nostalgia de
la belleza de aquellas radios antigüas de “lámparas” o tubos de vacío, y que
tuvieron que ser toda una revolución en la época. Pero su desaparición era solo
cuestión de tiempo, de poco tiempo. El conocimiento y futuras aplicaciones del
silício y el germanio dieron paso al transistor, el componente que relegaría al
olvido al tubo de vacío, aquél que tanto calor dio en hogares, el irradiado y
el que reunía a toda la familia e incluso vecinos a la hora del famoso “parte”.
El transistor llegó también con el díodo, las estrellas de aquella tecnología
fría que despuntaba a inicios de los sesenta. Al pequeño aparato de radio, del
tamaño de una cajetilla de cigarrillos no se le llamaba radio, sino transistor,
por incorporar tan novedoso componente.
Y la lucha por
conseguir la miniaturización del mismo, con el alojamiento junto a otros
componentes dio lugar al circuito integrado, esa cucaracha negra con abundantes
patitas. Surge así el multicomponente compacto y multitarea, pues cada patita
cumple su misión: alimentación, entradas, salidas, reloj o cristal, etc. Omito
entrar en tareas de programación de estos porque corro el riesgo de desviarme
de lo principal, y aburrir en exceso a quienes tanto respeto me merecen.
Si antes la
tecnología avanzaba cada veinte años, tras la aparición del microprocesador, la
innovación es anual, incluso de meses. Una vez saturado el mercado mundial de
las telecomunicaciones es preciso aplicar esa tecnología puntera al ahorro de
costes, así como la sustitución paulatina de labores o trabajos encomendados al
hombre. Aparecen los drones. Pero…¿qué son los drones?.
El hombre venció las
fuerzas de la gravedad con la invención del aeroplano, desde su versión
primitiva y rudimentaria hasta conseguir motores capaces de desarrollar miles
de caballos de empuje. El dron es un artefacto amorfo, sin gusto alguno por la
estética aerodinámica, sin borde de ataque o flaps, con simples motores
eléctricos y sus correspondientes hélices, autoalimentado por placas
fotovoltáicas, capaces de conseguir la sustentación necesaria. Un dron es un
simple objeto capaz de elevarse, sin nada más. Es la tecnología actual, la de
nuestros Iphone, dispositivos de geolocalización, microcámaras, robótica la que
le hace diferente por sus posibilidades de explotación, no solo en usos
militares, sino civiles. A pesar de que los Estados lo limiten a usos
militares, incluyendo España, puedo asegurar que las empresas no dejarán
escapar ese tren llamado ahorro, pero a cambio del sacrificio de miles de
puestos de trabajo. Nuestro cielo es la enorme autopista por la que pronto
volarán los drones, dotados de sistema anti-colisión, visión nocturna,
programados para entrega de mercancías, sin receptores humanos, de la
vigilancia de bosques y su extinción. Será esa tecnología imparable, la que
nunca toca fondo la que aparque al humano al cementerio de lo inservible, ni
siquiera reciclable. Los drones vendrán de noche, a hurtadillas, se mezclarán
entre nosotros como una máquina más, con promesas de rapidez, de comodidad, sin
gastos, sin sobrecostes. Cuando seamos conscientes de su daño, será demasiado
tarde, porque en el mundo habrá millones de desempleados, con el añadido de
cero posibilidades de reconversión o reubicación del humano. ¿Será entonces el
momento para decretar la selección de la especie? ¿Qué haremos entonces cuando
tengamos una demanda excesiva frente a una casi nula oferta?.
Ese es el verdadero
problema. Tardamos más en pensar y razonar de lo que tarda un solo dron, con
capacidad propia de actuar, y en base a los parámetros para los que es
programado. Si la investigación con células madre, clonación, etc. entrañan un
peligro real, por lo que supone la elección y selección de la especie, no menos
lo es cuando se deja en manos de robots la supervivencia de la especie misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario