“ Aprender sin
pensar, es inútil; pensar sin aprender, peligroso”.
Deduzco que
Confucio tenía mucho tiempo para pensar, infinitamente más que todos nosotros,
esclavos de la metodología, del más que real infierno, donde se nos miden las
horas a cambio de algo que a la vez nos martiriza más con su rutina. Pensar
para poseer y luego derrochar, pensar para conseguir lo que no nos pertenece.
Pensar me sirvió
para aprender lo que nunca se ha de hacer, pero no me sirvió para corregir
aquello que no aprendí. Pienso en un ayer lejano, pero actual en mi memoria,
aunque, a veces no sé si pienso o recuerdo. Desmontaron el retablo de mis
miedos cuando aún sanaban mis heridas, sin poder responder a la voz de la
conciencia, con mil preguntas que siempre quedaron en ¿porqué?.
Ese siempre fue el
error, creer que el mañana es hoy, porque pensando llegué a la conclusión de no
ser nunca dueño del destino, de la encrucijada de sendas, del permanente dilema
de elegir, para converger al final en lo
equivocado. Me enseñaron a pensar para aprender en el futuro a ser algo. Y ese
algo no es eterno sin alguien que aparte las piedras del camino, sin un sueño
placentero en el regazo, sin la mano que aparte el sudor de los ojos y te
muestre de nuevo el camino.
Me convenzo cada
día y me arrepiento de pensar tantas veces sin aprender, de no ser yo y mi
propia circunstancia, de no alcanzar más
allá de ese bosque que nunca me dejó ver, abrazando el peligro que supone
demorar la realidad, con la complacencia de la rutina que minuto a minuto me
acompaña.
Confieso que nunca
pensé, y, mucho menos, aprendí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario