Nacemos sin
permiso, y sin pregunta alguna nos ubican sin derecho a réplica. Como peones de
una maquinaria imparable, como hormigas recolectoras, deambulamos en monótona
jornada de un día compuesto de veinticuatro horas. Medimos nuestro tiempo, pero
lo administramos sin control, y con el imperativo de producir solapamos los
ciclos, sin espacio para lo verdaderamente humano.
Es lo humano de lo
que carecemos, anteponiendo virtualidad a realidad. Aplaudimos lo efímero y
repudiamos la verdad, con el agravio de ser conscientes de lo que hacemos.Buscamos
culpables, porque es terrible reconocer que nos equivocamos.
Yo nunca entendí
porqué lo humano va unido a lo racional, porque la realidad global nos muestra
todo lo contrario.
Nuestro calendario
es erróneo, porque al día le faltan seis
horas. Faltan las horas de un propósito de enmienda diario, de lo que pudimos
mejorar y no lo hicimos. Faltan las horas de las disculpas que debemos. Faltan
las horas para reponer aquello que olvidamos. Pero, sobre todo, faltan las
horas para los sentimientos que con demasiada frecuencia abandonamos.
Cada día es una
oportunidad que tenemos, y, si bien no tiene treinta horas, creo que es
suficiente para intentar conseguir… ser más humanos.
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