domingo, 30 de marzo de 2014

COMPLICIDAD

                    

    Según la definición de Word Reference,  “actitud con que se muestra que dos o más personas de algo que es secreto u oculto para los demás”.

    Le doy vueltas y mareo la materia gris en busca de otra acepción que no sea la del colaborador necesario en un hecho delictivo. ¿Así de simple? ¿Cómo se crea la complicidad? ¿Surge espontánea o se busca? ¿Cuándo desaparece, para convertirse en algo tan vacío, y que conocemos por simplicidad?.

   La complicidad siempre va de la mano de la curiosidad, saber a hurtadillas qué hay al otro lado, qué piensa el otro, cómo nos ve el otro, requerir o preguntar para sintetizar el modelo que se ajusta a lo que previamente idealizamos. También puede estar motivada por alguna carencia puntual, como válvula de escape de algo que nos incomodó en nuestra realidad más cercana. La complicidad por tanto, nunca surge espontánea, porque siempre hay algo y alguien que la provoca. Igualmente, es diferente, dependiendo del vínculo de sus actores. Una mirada puede ser cómplice, sin que ello implique un nexo o asociación de ambos.


    La complicidad, como la conspiración, se cultiva, se adorna, con la sola intención de conocer aquello que nos falta y por lo que nunca nos atrevimos a preguntar, esperando a que el pentotal sódico o suero de la verdad en forma de frases, despeje la incógnita y vuelva clara y meridiana nuestra sospecha. Solo es duradera en tanto no se sobrepase esa raya imaginaria que separa las dos zonas en un bucle casi infinito, y que una de las partes fije los tiempos:  dónde, cómo, cuándo. Desobedecer esa norma no escrita o pronunciada significa su inmediata desaparición, lo que da lugar a la simplicidad. Se dice por decir, se entra por entrar, y se contesta por puro reflejo, sin nada más que comunicar. A partir de ahí es inútil reconducirla, porque, sencillamente, ya no existe.

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