Desde siempre me
cautivaron el Egipto de los faraones, la cultura Maya y el Japón de los
samurais, el Japón de Yukio Mishima.
Como todo lo
enigmático, lo desconocido, también me atrae la figura del propio Mishima, por
su magnífica obra, y, lo más dramático, su muerte, preparada con tiempo e
impregnada de todo un ritual. Pero entrar en lo que lleva a Mishima al propio
rito, la exigencia de un Golpe de Estado y devolver al Emperador su sitio,
llevaría mucho tiempo, asi como conocer profusamente toda la cultura de ese
Pueblo.
Si los japoneses
son extremadamente correctos y educados es porque va en su cultura, otra forma
de vida, donde lo espiritual y ancestral de sus costumbres pasa de generación a
generación. Japón tuvo un antes y un después, tras la misión encomendada al
coronel Paul Tibbets de arrojar la Little
Boy sobre la ciudad de Hiroshima, lo que significó su rendición incondicional, único país conocedor
por dos veces (Central de Fukushima) de los efectos del peor de los fanatismos: el de la guerra.Reseñar
que lo de Fukushima, revive, sin guerra ,el efecto de la energía nuclear. Tras el 6 de agosto de 1.945, sin embargo,
nadie pensaba, ni siquiera ahora, en una respuesta por parte de kamikazes para
restablecer en algo el orgullo herido de todo un país, donde todavía hoy se
observan las secuelas de aquello, algo similar a un 11-S. Pero en esa
aceptación asumida y resignada también subyace, emborronando esa modélica forma
el fanatismo de células con el objetivo claro de subvertir lo racional, o, por
lo menos, lo que entendemos como tal. El fanatismo puede ser agredir
físicamente, con el claro ánimo de destruir, de matar a base de gas sarin en la
más importante línea metropolitana y también puede ser la negación cultural de
algo que el ideólogo radical considere peligroso para el resto de la Comunidad.
¿Hay alguien capaz
de considerar un peligro el Diario de Ana Frank?
Ocurrió el pasado
mes de febrero, cuando en 31 bibliotecas de Japón, 265 copias del famoso Diario
fueron mutiladas. En una biblioteca, todos los ejemplares tenían sus hojas
arrancadas. ¿Algo puntual, ocasional?. Personalmente, no lo creo. Este hecho
sugiere un gran esfuerzo para borrar y denigrar la memoria del Holocausto.
Posiblemente alguien pueda pensar que solo se trata de un libro, que se concede
demasiada importancia a lo escrito por una adolescente de trece años que
convive con la obligada prisión en un zulo, a modo de escondite en un viejo
edificio de Amsterdam. Supongo también una difícil relación con el resto de
inquilinos, pero esa niña nunca plasmó el odio a sus perseguidores en una sola
hoja, sino que lo aceptaba como algo transitorio, que se permitía planear un
incierto futuro, sin las reacciones y expresiones propias de rencor, odio.
¿Dónde está el peligro, pues? ¿Es tal vez ese mensaje de armonía, de concordia,
capaz de hacernos mejores lo que enfurece al fanático, al saber que solo tendrá
insumisos a la hora de provocar daño?.
Heinrich Himler,
comandante en jefe de las SS, tras iniciarse la invasión por parte del ejército
alemán, buscó en Italia un raro códice de Tácito, donde retrata a los pueblos
germánicos y su origen, algo de especial interés para la propaganda nazi, para
justificar esa supuesta supremacía de la raza aria. Aunque Tácito describe a
los pueblos germánicos como todo lo contrario a lo que defendía el Régimen,
pues los muestra como vagos, ociosos y toda clase de máculas, el aparato de
propaganda del partido ya se encargaría de “maquillarlo”. A Himler no le
interesaba el texto, sino quíen lo había escrito, de ahí el interés por
conseguirlo a toda costa.
La obra de Tácito
está traducida a todas las lenguas, al igual que la Biblia. El diario de Ana Frank,
paradójica y curiosamente, también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario