viernes, 28 de marzo de 2014

EL FANATISMO SIEMPRE ES ABSURDO


                     

   Desde siempre me cautivaron el Egipto de los faraones, la cultura Maya y el Japón de los samurais, el Japón de Yukio Mishima.
 
   Como todo lo enigmático, lo desconocido, también me atrae la figura del propio Mishima, por su magnífica obra, y, lo más dramático, su muerte, preparada con tiempo e impregnada de todo un ritual. Pero entrar en lo que lleva a Mishima al propio rito, la exigencia de un Golpe de Estado y devolver al Emperador su sitio, llevaría mucho tiempo, asi como conocer profusamente toda la cultura de ese Pueblo.

   Si los japoneses son extremadamente correctos y educados es porque va en su cultura, otra forma de vida, donde lo espiritual y ancestral de sus costumbres pasa de generación a generación. Japón tuvo un antes y un después, tras la misión encomendada al coronel Paul Tibbets de arrojar la Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima, lo que significó su  rendición incondicional, único país conocedor por dos veces (Central de Fukushima) de los efectos  del peor de los fanatismos: el de la guerra.Reseñar que lo de Fukushima, revive, sin guerra ,el efecto de la energía nuclear.  Tras el 6 de agosto de 1.945, sin embargo, nadie pensaba, ni siquiera ahora, en una respuesta por parte de kamikazes para restablecer en algo el orgullo herido de todo un país, donde todavía hoy se observan las secuelas de aquello, algo similar a un 11-S. Pero en esa aceptación asumida y resignada también subyace, emborronando esa modélica forma el fanatismo de células con el objetivo claro de subvertir lo racional, o, por lo menos, lo que entendemos como tal. El fanatismo puede ser agredir físicamente, con el claro ánimo de destruir, de matar a base de gas sarin en la más importante línea metropolitana y también puede ser la negación cultural de algo que el ideólogo radical considere peligroso para el resto de la Comunidad.

    ¿Hay alguien capaz de considerar un peligro el Diario de Ana Frank?
  
   Ocurrió el pasado mes de febrero, cuando en 31 bibliotecas de Japón, 265 copias del famoso Diario fueron mutiladas. En una biblioteca, todos los ejemplares tenían sus hojas arrancadas. ¿Algo puntual, ocasional?. Personalmente, no lo creo. Este hecho sugiere un gran esfuerzo para borrar y denigrar la memoria del Holocausto. Posiblemente alguien pueda pensar que solo se trata de un libro, que se concede demasiada importancia a lo escrito por una adolescente de trece años que convive con la obligada prisión en un zulo, a modo de escondite en un viejo edificio de Amsterdam. Supongo también una difícil relación con el resto de inquilinos, pero esa niña nunca plasmó el odio a sus perseguidores en una sola hoja, sino que lo aceptaba como algo transitorio, que se permitía planear un incierto futuro, sin las reacciones y expresiones propias de rencor, odio. ¿Dónde está el peligro, pues? ¿Es tal vez ese mensaje de armonía, de concordia, capaz de hacernos mejores lo que enfurece al fanático, al saber que solo tendrá insumisos a la hora de provocar daño?.

    Heinrich Himler, comandante en jefe de las SS, tras iniciarse la invasión por parte del ejército alemán, buscó en Italia un raro códice de Tácito, donde retrata a los pueblos germánicos y su origen, algo de especial interés para la propaganda nazi, para justificar esa supuesta supremacía de la raza aria. Aunque Tácito describe a los pueblos germánicos como todo lo contrario a lo que defendía el Régimen, pues los muestra como vagos, ociosos y toda clase de máculas, el aparato de propaganda del partido ya se encargaría de “maquillarlo”. A Himler no le interesaba el texto, sino quíen lo había escrito, de ahí el interés por conseguirlo a toda costa.


   La obra de Tácito está traducida a todas las lenguas, al igual que la Biblia. El diario de Ana Frank, paradójica y curiosamente, también.

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