miércoles, 26 de marzo de 2014

EL PRECIO DEL COMPROMISO

                             

   Podemos sentir el viento, la lluvia, el frío y todo el compendio de sensaciones que nuestros sensores estratégicos conforman nuestra piel, y en una perfecta coordinación también son capaces de transmitir a nuestro centro de mando su resultado. Pero la diferencia radica en la percepción, porque, al igual que nuestras huellas dactilares, no hay una igual a otra. El viento puede ser brisa, la lluvia puede ser llovizna, como el frío puede ser frescor, por lo que descartamos el valor o definición absolutos.

  El concepto compromiso, y englobando todas sus acepciones, siempre conlleva obligación, renuncia, y, sobre todo, lo que más tememos: definición. Definición es lo que nos desarma ante el resto, lo que muestra nuestra desnudez, lo que crea toda suerte de estrategias para el castigo sin compasión en forma de desprecio, indiferencia, aunque nuestro proyecto pueda engrandecer e incluso sea capaz de liberar conciencias.

   El compromiso también puede ser contestatario, con la negación de lo establecido, con la norma que fijan otros a los que creemos erráticos en sus actos. También pueden recibir la falsa idea que nuestra meta es desbancarles de su status, arrebatarles los privilegios de su más que cobarde sumisión.   Pero desde el momento en que se asume, es verdad que duelen menos las saetas que nos lanzan con sus puntas untadas de ponzoña.


   Se puede ser feliz siguiendo al gran rebaño, pero también perdemos opción a otras sensaciones, a otra percepción, a la idea de que hay vida también más allá de lo que podamos considerar como “normal”. El dilema siempre se resuelve desde la propia libertad, escogiendo entre la paz efímera de un limbo y una primera línea de fuego, sin derecho a retaguardia, sin pautas de protección, pero siempre asumiendo que tendremos que pagar un precio.

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