Cierta rosa muy ufana y lisonjera,
en primavera ya avanzada
con amargura y soledad se lamentaba.
Si por tesoro tengo mi encanto,
¡ qué corta vida la mía ¡
pues en tristeza y cruel quebranto
nazco pronto y muero en días.
No tienes derecho, sentenció el cardo,
pues, aunque breve y con frescura,
todos liban tu dulzura
y siempre el centro del momento.
Nuestras espinas,
ambas hieren,
las mías sólo
son tormento,
las tuyas, las que todos quieren.
Es sincero y verdad cuanto reprochas,
Y si mi rubor se torna aroma
Me doy siempre a quien me toma,
Pero envidia por ti siento:
pues a lo largo del frío invierno
tus semillas son el alimento
de silvestres de plumaje y canto tierno.
Sea pues enseñanza de la vida
aceptar cuanto tenemos,
y saber también que perecemos,
pues la envidia nunca es sosiego:
la belleza siempre es pasajera,
y si el deseo siempre es ciego
sabio es evitar que las espinas hieran.
( Esta composición tal vez refleje la influencia de Don Antonio Machado y el fabulista
Samaniego, leidos hasta la saciedad en mi niñez).
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