Debe ser que el tiempo corre demasiado, que los cerebros de Silicon Valley, esa hermandad que vive y trabaja en California apura sus conocimientos para hacernos envejecer antes de tiempo, y los microprocesadores que ven la luz, al cabo de dos meses son obsoletos, que ya no basta un solo núcleo, que hablamos de i3, i5, y, dentro de poco de i10 o más.
La tecnología es ese tren desbocado, sin frenos, donde el pasajero no es capaz de disfrutar el paisaje apantallado de la ventana de un vagón. No hay tiempo para admirar ese campo impregnado del verde de Van Gohg o Renoir, de las veredas y senderos que huelen a primavera, del estanque de lotos y crisantemos, de rostros dulces y sonrosados, de almiares tras la siega, de lirios que hunden en la depresión a la mismísima amapola.
Nos intoxican con la tecnología de la innovación y comunicación, con el trabajo programado y registrado, con engendros por satélite que controlan nuestra libertad, con el contacto alienado entre los seres vivos, con el ojo que todo lo ve y nos castiga si equivocamos el camino. Es la deshumanización de la creación, de la inquietud que revuelve las entrañas del individuo y que con indiferencia extrema soporta que la máquina realice la obra perfecta, que el diafragma y el obturador capte por nosotros la belleza. Orquestas fantasma que reproducen ritmos, con la artificialidad, con la muerte del artista, porque un microprocesador es capaz de hacer sonar las maracas, la marimba, la trompeta y la guitarra, el violín, el bombo y los platillos, imitando el joropo, la milonga, la chacarera y el vals, el tango y el chamamé.
Tal vez sea esta tecnología la que se encargue de eliminar nuestro apego a la vida, cuando nada tenga que hacer el individuo, cuando en todo y para todo decidan por él. Pero, ¿será la tecnología capaz de responder a los estímulos? ¿Podrá suplantar los sentimientos, la capacidad de reir, llorar, aflorar la depresión que distingue al humano? ¿Será capaz de sustituir el abrazo, el beso y la pasión desatada, señas inequívocas de identidad del ser llamado "racional"?. Prefiero no saberlo de antemano, y hasta me alegro de ello, porque aseguro que sería imposible asimilar tan infame comportamiento.
Prefiero vivir hasta donde el ser humano es capaz de decidir por sí mismo, hasta donde sea capaz de recordar y sopesar lo vivido, hasta que la memoria sea libre de la tecnología. Y jamás podrá reproducir de forma virtual dos botellas de vino, dos guitarras con sus kenas, y cuatro voces que desangran el alma, en una noche con sabor califal, con dos manos por testigos, y en unos jardines que un día fueron reino de Al-Andalus, horizonte de Medina, patrimonio de sus pobladores. Eso ya fue y ya pasó, pero es algo que ninguna tecnología borrará.
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