miércoles, 19 de marzo de 2014

EL ABSOLUTISMO DE LAS IDEAS

   Hasta última hora he estado dudando, meditando en soledad, como funambulista huérfano de la red que amortigüe su más que probable caída al vacío. Pero nuestra memoria es interminable, la propia y la histórica, porque ambas van de la mano, las dos conforman ese bagaje necesario para, si la ocasión lo requiere, dar verosimilitud a nuestros postulados y despreciar al mismo tiempo la del adversario, renegando a veces de esa otra verdad que pueda existir en su argumento.

    Tampoco quiero perderme en definiciones de patriotismo, honor y causas, aunque sí tengo claro que esos conceptos empiezan a forjarse al final del siglo XVIII, se asientan en el XIX y se consolidan en el XX. Digo esto porque en los siglos anteriores se reunía un ejército a base de honorarios, lo que hoy entendemos por mercenario o soldado que lucha con un sueldo pactado. En los alrededores de Nueva Carteya, donde se desarrolló la Batalla de Munda es fácil encontrar sestercios, denarios y quinarios romanos, porque el soldado, aparte de su uniforme y sus armas, siempre portaba la “soldada”, único motivo por el que era capaz de perder la vida. Tampoco la marinería  de Colón y los posteriores colonizadores de América eran captados por patriotismo, sino por el sueldo pactado y la motivación añadida de todo un mundo por explorar, con riquezas y tesoros a repartir entre los valientes capaces de enrolarse en sus navíos. Si nos situamos en los tres reinos de Castilla, Navarra y Aragón, tampoco existe ese concepto, pues, dependiendo de la solidez económica de cada uno, se tiene un ejército mejor o peor dotado. Tal vez puedan entenderse los conceptos de honor, relacionado siempre en lo relativo a la sucesión, afrentas familiares, etc., y como causa, por supuesto, el expansionismo, algo que en nada ha cambiado hasta nuestros días.

    Entiendo el patriotismo en el período de 1.808-1.814, Guerra de la Independencia o también llamada Guerra de los seis años, donde una potencia foránea, pretende instalar en el trono español a José Bonaparte, hermano del emperador Napoleón, tras las abdicaciones de Bayona, período ciertamente confuso, donde Francia y España declaran la guerra a Portugal (1.807). Es en esta guerra donde se forja la definición más exacta del término “patriota”, pues significa la invasión, la usurpación, no ya de un país, sino de sus costumbres, idiosincrasia e historia. Aquí no hay intereses propios, como pudiera ocurrir durante el reinado de Sancho el Mayor, desaparece el regionalismo o la idea de lo cercano como patria para convertirse en una lucha común, con el único propósito de expulsar al invasor.

   Es tras la muerte de Fernando VII, figura indiscutible del absolutismo cuando se inician levantamientos a favor del pretendiente Carlos, lo que se traduciría en una guerra civil que duraría siete años, dividiendo al país en el plano político y social. Las altas jerarquías como el ejército, la Iglesia y el propio Estado, con la unión del pensamiento Liberal conforman un frente que lucha contra el bando carlista,compuesto por la nobleza rural, el clero que se considera olvidado y un campesinado que piensa que el triunfo del liberalismo puede traducirse en aumento de impuestos, por lo que defendían el absolutismo e inmovilismo. Las tres guerras carlistas dan una idea de la defensa del pensamiento único, la negación o cabida de cuanto se diferencie de su único y exclusivo credo.

   A pesar de lo acontecido, y ya olvidado el absolutismo vuelve el enfrentamiento, con pronunciamiento militar incluido en nuestra última guerra civil, donde sí se hace un especial énfasis en la figura del vencedor y vencido, algo a todas luces erróneo, pues condena al ostracismo al vencido, reprimiendo en todas sus formas y negando toda posibilidad de reconciliación, criminalizando sus actos, y ensalzando al mismo tiempo la figura del vencedor, creando un profundo sentimiento de rencor en el bando de los proscritos, la herida que, a tenor de ciertas noticias, bandos y leyes todavía no ha sido restañada. Ese parece ser el mensaje: si no pudimos ganar, eliminemos todo vestigio que recuerde lo sucedido, restaurando cierto nombre y honor a nuestra causa.


    Pienso de todas formas, que un error siempre conduce a otro. Es hora de acabar con la más mínima idea de intolerancia, desterrar lo malo de ambos y magnificar lo bueno de todos, convivir con el legado en forma de arte, infraestructuras y cuanto contribuyó al engrandecimiento de un país, porque el patriotismo no pertenece a nadie salvo a la persona, y solo con la aportación de todas las ideas se enriquece eso que de forma genérica y global llamamos país.

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