Hasta última hora he estado dudando, meditando en soledad, como
funambulista huérfano de la red que amortigüe su más que probable caída al
vacío. Pero nuestra memoria es interminable, la propia y la histórica, porque
ambas van de la mano, las dos conforman ese bagaje necesario para, si la
ocasión lo requiere, dar verosimilitud a nuestros postulados y despreciar al
mismo tiempo la del adversario, renegando a veces de esa otra verdad que pueda
existir en su argumento.
Tampoco quiero perderme en definiciones de patriotismo, honor y causas,
aunque sí tengo claro que esos conceptos empiezan a forjarse al final del siglo
XVIII, se asientan en el XIX y se consolidan en el XX. Digo esto porque en los
siglos anteriores se reunía un ejército a base de honorarios, lo que hoy
entendemos por mercenario o soldado que lucha con un sueldo pactado. En los
alrededores de Nueva Carteya, donde se desarrolló la Batalla de Munda es fácil
encontrar sestercios, denarios y quinarios romanos, porque el soldado, aparte
de su uniforme y sus armas, siempre portaba la “soldada”, único motivo por el
que era capaz de perder la vida. Tampoco la marinería de Colón y los posteriores colonizadores de
América eran captados por patriotismo, sino por el sueldo pactado y la
motivación añadida de todo un mundo por explorar, con riquezas y tesoros a
repartir entre los valientes capaces de enrolarse en sus navíos. Si nos
situamos en los tres reinos de Castilla, Navarra y Aragón, tampoco existe ese
concepto, pues, dependiendo de la solidez económica de cada uno, se tiene un
ejército mejor o peor dotado. Tal vez puedan entenderse los conceptos de honor,
relacionado siempre en lo relativo a la sucesión, afrentas familiares, etc., y
como causa, por supuesto, el expansionismo, algo que en nada ha cambiado hasta
nuestros días.
Entiendo el patriotismo en el período de 1.808-1.814, Guerra de la Independencia o
también llamada Guerra de los seis años, donde una potencia foránea, pretende
instalar en el trono español a José Bonaparte, hermano del emperador Napoleón,
tras las abdicaciones de Bayona, período ciertamente confuso, donde Francia y
España declaran la guerra a Portugal (1.807). Es en esta guerra donde se forja la
definición más exacta del término “patriota”, pues significa la invasión, la
usurpación, no ya de un país, sino de sus costumbres, idiosincrasia e historia.
Aquí no hay intereses propios, como pudiera ocurrir durante el reinado de
Sancho el Mayor, desaparece el regionalismo o la idea de lo cercano como patria
para convertirse en una lucha común, con el único propósito de expulsar al
invasor.
Es tras la muerte de Fernando VII, figura indiscutible del absolutismo
cuando se inician levantamientos a favor del pretendiente Carlos, lo que se
traduciría en una guerra civil que duraría siete años, dividiendo al país en el
plano político y social. Las altas jerarquías como el ejército, la Iglesia y el propio
Estado, con la unión del pensamiento Liberal conforman un frente que lucha contra
el bando carlista,compuesto por la nobleza rural, el clero que se considera
olvidado y un campesinado que piensa que el triunfo del liberalismo puede
traducirse en aumento de impuestos, por lo que defendían el absolutismo e
inmovilismo. Las tres guerras carlistas dan una idea de la defensa del
pensamiento único, la negación o cabida de cuanto se diferencie de su único y
exclusivo credo.
A pesar de lo acontecido, y ya olvidado el absolutismo vuelve el
enfrentamiento, con pronunciamiento militar incluido en nuestra última guerra
civil, donde sí se hace un especial énfasis en la figura del vencedor y
vencido, algo a todas luces erróneo, pues condena al ostracismo al vencido,
reprimiendo en todas sus formas y negando toda posibilidad de reconciliación,
criminalizando sus actos, y ensalzando al mismo tiempo la figura del vencedor,
creando un profundo sentimiento de rencor en el bando de los proscritos, la
herida que, a tenor de ciertas noticias, bandos y leyes todavía no ha sido
restañada. Ese parece ser el mensaje: si no pudimos ganar, eliminemos todo vestigio
que recuerde lo sucedido, restaurando cierto nombre y honor a nuestra causa.
Pienso de
todas formas, que un error siempre conduce a otro. Es hora de acabar con la más
mínima idea de intolerancia, desterrar lo malo de ambos y magnificar lo bueno de
todos, convivir con el legado en forma de arte, infraestructuras y cuanto contribuyó
al engrandecimiento de un país, porque el patriotismo no pertenece a nadie salvo
a la persona, y solo con la aportación de todas las ideas se enriquece eso que de
forma genérica y global llamamos país.
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