jueves, 13 de marzo de 2014

CUANDO RUGE LA MARABUNTA

   Si a Charles Darwin le debemos el estudio de las especies, acordes en el tiempo, y con el endemismo de cada una, no tenemos un contemporáneo de él que se ocupara de las costumbres, hábitos y patrones específicos para definir a la especie humana. Pero es sabido por todos que la beligerancia, el status, la supremacía frente al resto son perfiles inequívocos de quienes descendemos de los primeros pobladores, de los pitecos, de los homínidos, en esa escala progresiva de la evolución. De ser cierto que nuestro ancestro es el mono (ciertamente verosímil), nos acercamos mucho a la definición como tal de tribu, manada o colectivo. Y como toda asociación de congéneres, de integrantes, perseguimos unos fines, unas metas, utilizando para ello los medios a nuestro alcance, pero todo, con un único fin: destacar por encima del resto de nuestros vecinos, idénticos en género, pero muy diferentes en ideología.
   Todas las guerras y luchas, desde la Prehistoria, fueron provocadas por la ideología, o sea, el sometimiento del resto en beneficio de un líder, luchador, y al mismo tiempo embaucador, cualidades imprescindibles en toda forma de alienación.
   Observen cada guerra, cada enfrentamiento, cada afrenta de un pueblo hacia otro y comprenderán que el fin es el mismo en todo: Poder.
   Pero si una colmena funciona, se sostiene, es gracias a la unión de obreras y guardianas ante la invasión de su colonia. Una rebelión sería rápìdamente aplastada, porque atentaría contra el bien más preciado: la supervivencia de la especie. Es la lucha de todos la que hace fuerte a la tribu y no su escisión o desmembramiento. Tales pautas de comportamiento rigen en todo el reino animal.
   Es la especie humana la que se aparta de tan sabia doctrina, la que llega a creerse superior por el hecho diferencial de poseer la capacidad de raciocinio, de distinguir entre placer y dolor, de riqueza y pobreza, de fracaso y triunfo.
    Es curioso y preocupante a la vez que los individuos más radicales en esa mezcla de ombliguismo y complejo sean los hijos, nietos y bisnietos de quienes, en plena Revolución Industrial contribuyeron al engrandecimiento económico de la región. Lo que resulta doloroso para ellos es que se les recuerde su procedencia, sus orígenes. Ellos, simplemente se integraron en la colmena. El tiempo se encargó de la metamorfosis, pasando de obreros a soldados.
      Conspirar contra el orden natural es condenarse al ostracismo, cuando no, a la propia desaparición como especie,  aunque   los  instigadores pretendan convencer al resto de las bondades de su rebelión. Se conspira manipulando la Historia, alentando rencillas, exagerando odios y envidia contra el resto, la apropiación indebida del talento y la cultura ajenas, ese “hecho diferencial” que pretendemos imponer, pero que nunca existió. Es entonces cuando surge la desbandada y los gritos se confunden, cuando lemas y consignas se traducen en sangre, cuando, en definitiva, ruge la marabunta.




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