domingo, 16 de agosto de 2015

...y Johnny tomó su fusil.

Sé que esta voz se apaga, y soy consciente de cuanto me anima a seguir, amigos, situaciones, momentos, pero nadie es dueño de la decisión final, salvo nosotros, quienes en ese falso libre albedrío decidimos nuestra estación de destino, la despedida llena de amor y falta de todo, las lágrimas que nunca derramamos, esas que nos ahogaron en incontables madrugadas. Hoy es un día cualquiera, salió el sol,el arrogante que todo lo puede, el único que relega al rincón del olvido a las nubes, sabedor de que es el único que da luz, el que rompe las tinieblas donde nos perdimos. Es lo peor que puede pasarnos, llegar a creer que siempre estará ahí, que nos sentimos con el derecho adquirido de la luz, sin preocuparnos del porqué de las cosas que suceden.
   Me gustaría revertir tantas cosas que me duelen, me gustaría ser ese angel que en lugar de matar a los primogénitos los convirtiera en seres de paz y amor, sin necesidad de marcar las puertas con una cruz de sangre.
   A sus treinta años, no sé si es consciente de lo que le sucedió. Tenía toda la vida por delante, pero ese azar cruel decidió que era otra víctima propiciatoria para recordarnos la insignificancia que somos, que algo o alguien decide por nosotros, o tal vez un fallo en el control de calidad del producto supremo de la creación. Le ves, y sonríe. Le acaricias y es capaz de reir, pero no puede abrazarte, ni extender su mano para estrecharla con la calidez que nos llega al alma. Necesita todo y de todos, no protesta, no reprocha ni se queja porque no puede, porque desde aquél fatídico día se convirtió en el recordatorio de que somos polvo, seres inertes, puestos en un planeta para cumplir una misión, que solo se interrumpe cuando el modelo sucumbe al primer fallo.
   Mi amigo me ha mirado fijamente, me recuerda que esa cruz es suya, que es nuevamente el azar quien decidirá cuándo y cómo, que en su condena arrastra a quienes estuvieron en la felicidad que se prometía de por vida. Y yo tuve la negligencia y arrogancia de creerme el más desgraciado en la vida, de mirar sólo mi ombligo y sentirme el único, en ese egoísmo que nace del culto a la persona, a la propia imagen, algo difícil de perdonar viendo que sólo fui un accidente fortuito comparado con su fatídica lotería. Nadie sabe si es consciente de cuanto sucede a su alrededor, si analiza cada momento, ni siquiera la medicina, a la que queda la más difícil asignatura, el laberinto neuronal.
   Y de repente aparecieron en mi mente las más duras escenas de "Johnny tomó su fusil", cuando aquél soldado consciente, pero sabedor de que sería un muerto en vida, le pide a su enfermera que si le ama de verdad le deje morir. Dura, durísima decisión en el tejado de aquella mujer que llega a ponerse en el lugar que nadie quisiera para sí.
   Nunca un café me supo tan amargo a lo largo de tres  horas con mi amigo, en un encuentro que deseaba. Le escuché, con esa voz casi apagada y que el viento suave de la mañana interrumpía a cada instante. Luego le hablé de mi apatía por seguir, pero cómo explicarle que lo mío ya fue, que mi dolor está muy lejos, que la muerte anda flirteando para arrebatarme la hermosura que en nadie ví. Hoy he sabido que es peor esa muerte en vida, sin saber aún si llegaré a perdonarme mi arrogancia.

No hay comentarios: