lunes, 25 de mayo de 2015

Cartas a Isabel.- II

De los heridos y sus guerras...


 
En la guerra a la que me refiero no hay balas, ni obuses de mortero, nada que entre en ese terrorifico catalogo que muestra nuestra perversidad como especie.
Me importan mas los heridos en cada batalla de lo cotidiano, en esa historia que todos coleccionamos en forma de fotografias, unas en blanco y negro que alternan con tonos sepia, en contraste con las ultimas, el color que tampoco muestra su cromatismo en plenitud, pues siempre aparece alguna sombra inoportuna.
Y en esta sutil guerra que es la vida cada uno de nosotros se reviste o pertrecha para cada batalla a librar, porque ninguno de nosotros gano la inmunidad, porque nadie es poseedor de salvoconducto o marchamo que le exima del dolor, del propio y el ajeno. Hay heridas que sanaron, que fueron ese rasguño sin importancia. Otras en cambio, permanecen como cicatrices imborrables, y son esas las que moldearon nuestro caracter, nuestra forma de amar, nuestra forma de sentir. Para evitar mas dolor, mas heridas, a veces no queda otra solucion que la del recinto amurallado, infranqueable, esa defensa pasiva que significa la indiferencia y desconfianza hacia todo aquello que nos dejo malheridos en campo abierto. ¿Que nos diferencia pues, de ese perro herido y maltratado que busca un rincon para sentirse protegido?
A la desconfianza, al temor, al recelo no se le combate con mas recelo, con otro muro. Es preciso mostrar nuestras intenciones, y una caricia a tiempo, un tender la mano actuan como el mejor de los balsamos, pero sobre todo, entender el porque de esa actitud, sin preguntar, sin indagar, porque esa es la muestra del verdadero amor desinteresado. Ahondar en el pasado solo contribuye a descarnar mas aun las heridas de quien un dia tal vez se sintiera amenazado.
Toda mi comprension pues, hacia el herido en mil batallas, curtido en el dolor, y nadie mas autorizado para decidir, porque sus trozos son suyos, al igual que la guerra donde se vio envuelto.

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