Llegado el final del día, entre tarajales y zarzas este diminuto cantor acompaña mis noches y eternas madrugadas. Canta cerca del nido de su amada y no tiene miedo a la oscuridad como tampoco a las alimañas. Difícil creer que este pequeño valiente anide a centímetros del suelo...
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir el amor,
sino yo, triste cuitado,
que vivo en esta prision,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.
(Romance del prisionero) Anónimo.
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