viernes, 27 de marzo de 2015

Cartas a Isabel I.-










   Si en su vida desdichada fue capaz de componer aquellas rimas tan hermosas fue porque también tuvo en la distancia aquella musa que le dictaba los versos. Nadie sabe si existió Elisa Guillén, salvo Gustavo. En mi caso, sólo mi querido amigo y yo. Pero la diferencia insalvable es que yo sólo me dejo llevar por sentimientos y sé de antemano que nunca compondré nada parecido ni tendré su prodigiosa pluma, porque si de algo carece el planeta es de versos, de los más grandes, como Gustavo, como don Antonio o Rubén, como Alfonsina, como Pessoa.

   ¿Alguna vez recibieron halagos, unos por retratar épocas y otros por escribir desde la desnudez, por exponerse a la flagelación de la multitud? No lo sé, porque no estuve ni conocí el tiempo que les tocó vivir. Y en ese intento por descubrir perfiles, personalidades, me gustaría traerlos a todos, a los nombrados y al resto, me gustaría verlos con una cuenta abierta en las principales redes sociales de ahora. No siempre el halago que recibe el caballo es con la intención de montarlo, de la misma forma que no todo halago que recibe una dama o un caballero es con esa intención, y aunque en la mayoría de casos así sea, las minorías también existen o existimos, otra cosa es que nos crean, porque el halago de terceros no siempre sienta bien y se interpreta de forma errada, dando por hecho una inexistente relación, o la búsqueda de la misma. El halago puede ser el aplauso a algo bien hecho, al trabajo digno de la persona que se expone y lo da todo en sus letras. Las musas no corpóreas no sienten, no ven, a diferencia de las musas reales, que sí sienten, pero tampoco ven, porque todo surgió de la virtualidad, con el añadido de la distancia. El poeta de tinte trágico y romántico necesita del dolor, de la decepción, del amar sin ser correspondido, de perseguir lo inexistente o imposible, y sin esas premisas, me atrevo a decir que su obra estaría incompleta, falta de los ingredientes que la caracterizan. En las redes sociales quien escribe es el blanco de miradas, de críticas, aunque su perfil sea el de una persona normal. Exponerse no siempre se digiere bien. Con ese argumento, el del interés por algo por parte de alguien no se tolera el halago ajeno, sacando a colación la máxima o aforismo del caballo, pero al mismo tiempo no oponemos resistencia al halago con que nos obsequian nuestros incondicionales. ¿No es algo contradictorio, incluso egoista? También  quien se expone está en su derecho a criticar los halagos que reciben los demás, pero no lo hace, sencillamente, porque el resto no se exponen, no llaman la atención, pero esos halagos sí son bien recibidos por quien no tolera que los reciban terceros. ¿Cómo habría que definir esa actitud?


    Que cada cual mire en su interior y saque sus propias conclusiones. Ahora solo medito en una apartada orilla, como dijera Don Juan, restañando heridas e intentando superar el daño que hicieron unos halagos vertidos desde la bondad, sola y exclusivamente. Pedir confianza en la distancia también sé que es pedir mucho, y pedirla desde la virtualidad, es una cualidad reservada a pocas personas, aunque sean esa hermosa excepción.

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