Hoy me desearon por primera vez en este año eso de felices fiestas, como
ese educado “buenos días” al cruzarnos con el vecino. Si las luces, adornos y
reclamos navideños son obligados, no lo son menos tan escuetas frases que salen
de forma mecánica durante un mes.
Tampoco se trata de, si nos dicen buenos días, mirar hacia el cielo
esperando no haya nubes, y si las hay, permanecer mal encarados el resto del día.
Esa sería la visión pesimista de quien, siguiendo la literalidad espera lo que
le has deseado, o sea, un sol radiante. Es hilarante el ejemplo, y lo sé, y
suelo reirme cuando lo recuerdo, y el consuelo para mí es que conozco pocos
casos con ese marchamo pesimista, afortunadamente. Pero en mi acontecer diario,
y por mi trabajo de atención a quienes demandan algo tan necesario, por encima
de todo, como es la salud, he de ser más cauteloso para no herir
sensibilidades, para no avivar más aún ese sentimiento de tristeza y melancolía
que a todos nos invade en fechas como estas. Si bien la mayoría lo acepta de
buen grado, e incluso devuelve ese feliz navidad, a otros podemos hundirlos en
su ya de por sí maltratada autoestima. –Esta es mi navidad…artrosis, diabetes,
y no sé qué más me sacará el médico…
Efectivamente, es la navidad del enfermo, del crónico y en ocasiones,
del desahuciado. Es la navidad de quien, como Ana, con semblante hundido y ojos
llorosos hoy me dijo: -Me gustaría acostarme esta noche y despertar el 8 de
enero…
No es algo aislado, puntual, sino más común de lo que creemos, no ya en
el enfermo, sino en personas a las que consideramos “normales”. Tal vez no lo
exterioricen, pero, en el fondo sufren también la patología que yo llamo del
desencanto. Participamos por inercia en esa actitud consumista que mostramos
con guirnaldas y adornos procedentes de Asia, pero todo es para no caer en la
ansiedad de unos días críticos en el calendario. Aunque hagamos esfuerzos
sobrehumanos, el recuerdo de los que se fueron nos envuelve como esa fina
niebla invernal, porque cada navidad nos aleja más de aquella otra de nuestra
niñez, la de las carencias, la de la austeridad, pero con la diferencia de que
ninguno de nuestros seres queridos faltaba a la mesa.
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