Creo que fue Elias
Canetti quien dijo “No hay peor soledad que la de quien nunca recibió una
carta”.
Con el paso del
tiempo toda forma de comunicación cambia, se abandonan modos, costumbres, y
hasta el lenguaje es diferente en ese ansia por dar, por revelar a nuestro
interlocutor lo que sentimos, decirle que también estamos, que también vivimos.
¿ Qué escondían
aquellas cartas que Gustavo A. Bécquer ordenó quemar a su amigo poeta también
Augusto Ferrán? En su agonía le dijo que las quemara, porque, de ver la luz,
significarían su deshonra. ¿Con qué estilo y lenguaje se expresaba en ellas?
Tampoco el soldado
de la primera guerra mundial, e incluso la segunda, queda al margen, porque la
carta es el nexo de unión entre su absurda situación en el frente y el
único motivo para estar vivo: su amada,
esposa, hijos… Es capaz incluso de mentir, cambiar el escenario atroz de la,
repito, absurda guerra (todas lo son), para no preocupar a sus seres queridos.
La marcha se torna descanso, la escasez se vuelve normalidad y la seria herida
de guerra se transforma en rasguño. Qué ironía, que desde trincheras de horror
y muerte se escribieran aquellas cartas llenas de ternura, donde la realidad
mantenía un pulso constante con un futuro diferente. Recibir una carta en el
frente era un motivo más para restar días a lo irracional e incomprensible. De
la misma forma, imagino a la novia o esposa y puedo ver unos ojos iluminados,
la esperanza mezclada con lágrimas.
Cuando escribimos
una carta tenemos la seguridad de no ser interrumpidos, y la comunicación es
una andanada de sentimientos, emociones y sensaciones, sin reproches o
enmiendas. Si escribir una carta nos libera en algo de la tension de la incertidumbre, ésta
desaparece cuando la recibimos, cuando notamos la respuesta a lo sentido.
Comunicar, pues, se convierte en la válvula de escape para todo lo que
guardamos, lo que nos permite hablar y escuchar en sentido figurado, en el
intervalo de tiempo que transcurre desde nuestra misiva y su respuesta.
Pero lo anterior
desapareció, porque como ya dije, los tiempos cambian, y de ello se encarga el
progreso, el que todo nos facilita con el argumento de la comodidad, y a la vez
nos esclaviza al hacernos dependientes. De la válvula de vacío pasamos al
transistor, y de éste al circuito integrado, finalizando con chips de última
generación. La carta se perdió, y con ella su romanticismo, su ternura, su
redacción libre de la prisa que ahora nos atenaza. La comunicación hoy son
dedos compulsivos que ansían la respuesta inmediata, con frases que asesinan
nuestra elaborada gramática.
No puedo por menos
que hacer un alto en el tiempo, para recordar palabras perfumadas, deseos y
sentimientos donde el corazón manda, viendo al mismo tiempo cómo hablamos sin
decir nada, apremiados por memorias y avances, contemplando la muerte de
aquella socorrida y entrañable carta.
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