viernes, 3 de octubre de 2014

AQUELLA CARTA…















   Creo que fue Elias Canetti quien dijo “No hay peor soledad que la de quien nunca recibió una carta”.

   Con el paso del tiempo toda forma de comunicación cambia, se abandonan modos, costumbres, y hasta el lenguaje es diferente en ese ansia por dar, por revelar a nuestro interlocutor lo que sentimos, decirle que también estamos, que también vivimos.

   ¿ Qué escondían aquellas cartas que Gustavo A. Bécquer ordenó quemar a su amigo poeta también Augusto Ferrán? En su agonía le dijo que las quemara, porque, de ver la luz, significarían su deshonra. ¿Con qué estilo y lenguaje se expresaba en ellas?

   Tampoco el soldado de la primera guerra mundial, e incluso la segunda, queda al margen, porque la carta es el nexo de unión entre su absurda situación en el frente y el único  motivo para estar vivo: su amada, esposa, hijos… Es capaz incluso de mentir, cambiar el escenario atroz de la, repito, absurda guerra (todas lo son), para no preocupar a sus seres queridos. La marcha se torna descanso, la escasez se vuelve normalidad y la seria herida de guerra se transforma en rasguño. Qué ironía, que desde trincheras de horror y muerte se escribieran aquellas cartas llenas de ternura, donde la realidad mantenía un pulso constante con un futuro diferente. Recibir una carta en el frente era un motivo más para restar días a lo irracional e incomprensible. De la misma forma, imagino a la novia o esposa y puedo ver unos ojos iluminados, la esperanza mezclada con lágrimas.

    Cuando escribimos una carta tenemos la seguridad de no ser interrumpidos, y la comunicación es una andanada de sentimientos, emociones y sensaciones, sin reproches o enmiendas. Si escribir una carta nos libera en algo  de la tension de la incertidumbre, ésta desaparece cuando la recibimos, cuando notamos la respuesta a lo sentido. Comunicar, pues, se convierte en la válvula de escape para todo lo que guardamos, lo que nos permite hablar y escuchar en sentido figurado, en el intervalo de tiempo que transcurre desde nuestra misiva y su respuesta.

   Pero lo anterior desapareció, porque como ya dije, los tiempos cambian, y de ello se encarga el progreso, el que todo nos facilita con el argumento de la comodidad, y a la vez nos esclaviza al hacernos dependientes. De la válvula de vacío pasamos al transistor, y de éste al circuito integrado, finalizando con chips de última generación. La carta se perdió, y con ella su romanticismo, su ternura, su redacción libre de la prisa que ahora nos atenaza. La comunicación hoy son dedos compulsivos que ansían la respuesta inmediata, con frases que asesinan nuestra elaborada gramática.


   No puedo por menos que hacer un alto en el tiempo, para recordar palabras perfumadas, deseos y sentimientos donde el corazón manda, viendo al mismo tiempo cómo hablamos sin decir nada, apremiados por memorias y avances, contemplando la muerte de aquella socorrida y entrañable carta.

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