Todos, alguna vez
hemos podido confundir “bajón” con depresión, y, aunque sus síntomas puedan
inducir al error, lo primero puede significar algo puntual, en tanto que la
depresión es clasificada como patología, con una clínica reservada
exclusivamente a profesionales en el campo de la salud mental.
Sin embargo, en
ocasiones hay solo un paso de una apatía espontánea al serio diagnóstico
descrito cuando concurren circunstancias y una ausencia de ayuda de nuestro
entorno más inmediato y, por supuesto, de los profesionales médicos.
A la sensación de
bienestar emocional, al reconocimiento a nuestro trabajo, a la imagen que
proyectamos, a cuanto desarrollamos a lo largo del día y nos satisface, le
llamamos autoestima, y sus niveles varían en función de las circunstancias
inherentes al propio ser humano. La pérdida de un ser querido, no llegar a unos
objetivos laborales, el disgusto con nuestro cuerpo, pueden llegar a mermar en
grado suficiente nuestra situación emocional, incluso conducir al abismo de la
depresión. La obsesión por seguir los cánones de belleza y la autoimposición de
rigurosos criterios estéticos para no disgustar o provocar rechazo hacen que el
espejo y la báscula se conviertan en nuestro otro yo, y que continuamente nos
recuerden ese desliz u olvido en el severo régimen. Pensamos que esos kilos de
más o una mancha en nuestra piel pueden llegar a socavar nuestras relaciones
afectivas y laborales, lo que lleva sin remisión a un estado de semiesclavitud
y desorden emocional.
Así pues, la
autoestima no se traduce en el cumplimiento metódico y exageradamente
disciplinario de lo antes mencionado, sino de su normal desarrollo y que se
complementa con el resto de actuaciones gratificantes para con los demás, todo
ello con la aceptación del cuerpo que tenemos, con sus imperfecciones. Se trata
de dejar a un lado el cuerpo de mamífero y mirar más allá de lo que ese ser es
capaz de desarrollar, y que, por propia experiencia les digo que es mucho, por
esa racionalidad que solo al ser humano le fue transferida.
Hay síntomas que
indican con meridiana claridad en qué momento se enciende esa luz de alarma,
ese aviso de que algo va mal, y posiblemente lo hayamos notado en más de una
ocasión en nuestro entorno. No somos capaces de mirar a los ojos de nuestro
interlocutor, establecemos una franja de protección frente a los demás, con una
nula capacidad para relacionarnos, nos cuesta trabajo sonreir, sentimientos
negativos hacia la familia, e incluso al
resto de la sociedad, pensamos demasiado en nosotros mismos y nos preguntamos
con insistencia el porqué de la situación, tendemos al aislamiento, etc.
En mi opinión, no
nacemos con la autoestima, sino que la adquirimos. La adquirimos en el momento
en que sabemos diferenciar una mirada de burla, una humillación, una meta que
nos imponen, crecer en un modelo familiar exigente, ser comparado con amigos,
hermanos, etc. Creo adivinar que saben en qué momento de nuestra vida tomamos
contacto con la autoestima. Efectivamente. Es en la adolescencia cuando la
autoestima puede verse seriamente comprometida o dañada. Es lo vivido durante
esa etapa lo que fija los niveles de autoestima en la edad adulta, lo que indica
la necesidad o no de una ayuda psicológica para tornar a unos rangos
aceptables.
Para concluir, me
incluyo como ejemplo, porque yo también tuve y tengo“bajones”, sin llegar, afortunadamente
a algo más serio. Tampoco gocé de una suficiente autoestima durante mi
adolescencia. No soy versado en psicología, aunque toda mi vida, en lo
cotidiano la he pasado observando y estudiando rasgos, gestos, emociones que
siempre nos delatan. Solo puedo aconsejarles que en momentos en que la mente
zozobra, acudan al conocimiento en la faceta con la que se sientan
identificados, no huyan de las relaciones humanas y de amistad, aún a riesgo de
verse rechazados, saquen lo mejor de sí mismos en el arte, en la música, en las
aficiones, en paseos por la naturaleza. Se trata únicamente de no dejar a
nuestro cerebro que nos torture, de tener ocupado nuestro espíritu con lo que
realmente nos aporta y nos llena, conseguir estabilizar una autoestima que gire
solidaria con el engranaje de la felicidad.
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