lunes, 21 de abril de 2014

AUTOESTIMA, EL COMPLEMENTO A LA FELICIDAD

    Todos, alguna vez hemos podido confundir “bajón” con depresión, y, aunque sus síntomas puedan inducir al error, lo primero puede significar algo puntual, en tanto que la depresión es clasificada como patología, con una clínica reservada exclusivamente a profesionales en el campo de la salud mental.

   Sin embargo, en ocasiones hay solo un paso de una apatía espontánea al serio diagnóstico descrito cuando concurren circunstancias y una ausencia de ayuda de nuestro entorno más inmediato y, por supuesto, de los profesionales médicos.

  A la sensación de bienestar emocional, al reconocimiento a nuestro trabajo, a la imagen que proyectamos, a cuanto desarrollamos a lo largo del día y nos satisface, le llamamos autoestima, y sus niveles varían en función de las circunstancias inherentes al propio ser humano. La pérdida de un ser querido, no llegar a unos objetivos laborales, el disgusto con nuestro cuerpo, pueden llegar a mermar en grado suficiente nuestra situación emocional, incluso conducir al abismo de la depresión. La obsesión por seguir los cánones de belleza y la autoimposición de rigurosos criterios estéticos para no disgustar o provocar rechazo hacen que el espejo y la báscula se conviertan en nuestro otro yo, y que continuamente nos recuerden ese desliz u olvido en el severo régimen. Pensamos que esos kilos de más o una mancha en nuestra piel pueden llegar a socavar nuestras relaciones afectivas y laborales, lo que lleva sin remisión a un estado de semiesclavitud y desorden emocional.

   Así pues, la autoestima no se traduce en el cumplimiento metódico y exageradamente disciplinario de lo antes mencionado, sino de su normal desarrollo y que se complementa con el resto de actuaciones gratificantes para con los demás, todo ello con la aceptación del cuerpo que tenemos, con sus imperfecciones. Se trata de dejar a un lado el cuerpo de mamífero y mirar más allá de lo que ese ser es capaz de desarrollar, y que, por propia experiencia les digo que es mucho, por esa racionalidad que solo al ser humano le fue transferida.

   Hay síntomas que indican con meridiana claridad en qué momento se enciende esa luz de alarma, ese aviso de que algo va mal, y posiblemente lo hayamos notado en más de una ocasión en nuestro entorno. No somos capaces de mirar a los ojos de nuestro interlocutor, establecemos una franja de protección frente a los demás, con una nula capacidad para relacionarnos, nos cuesta trabajo sonreir, sentimientos negativos hacia la  familia, e incluso al resto de la sociedad, pensamos demasiado en nosotros mismos y nos preguntamos con insistencia el porqué de la situación, tendemos al aislamiento, etc.

   En mi opinión, no nacemos con la autoestima, sino que la adquirimos. La adquirimos en el momento en que sabemos diferenciar una mirada de burla, una humillación, una meta que nos imponen, crecer en un modelo familiar exigente, ser comparado con amigos, hermanos, etc. Creo adivinar que saben en qué momento de nuestra vida tomamos contacto con la autoestima. Efectivamente. Es en la adolescencia cuando la autoestima puede verse seriamente comprometida o dañada. Es lo vivido durante esa etapa lo que fija los niveles de autoestima en la edad adulta, lo que indica la necesidad o no de una ayuda psicológica para tornar a unos rangos aceptables.


   Para concluir, me incluyo como ejemplo, porque yo también tuve  y tengo“bajones”, sin llegar, afortunadamente a algo más serio. Tampoco gocé de una suficiente autoestima durante mi adolescencia. No soy versado en psicología, aunque toda mi vida, en lo cotidiano la he pasado observando y estudiando rasgos, gestos, emociones que siempre nos delatan. Solo puedo aconsejarles que en momentos en que la mente zozobra, acudan al conocimiento en la faceta con la que se sientan identificados, no huyan de las relaciones humanas y de amistad, aún a riesgo de verse rechazados, saquen lo mejor de sí mismos en el arte, en la música, en las aficiones, en paseos por la naturaleza. Se trata únicamente de no dejar a nuestro cerebro que nos torture, de tener ocupado nuestro espíritu con lo que realmente nos aporta y nos llena, conseguir estabilizar una autoestima que gire solidaria con el engranaje de la felicidad.

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