Es la ironía que cada día me aturde en la afrenta,
respirando por inercia, contemplando el abismo,
hablar por hablar es nada, siempre lo mismo,
pues este corazón lo sabe todo y a la vez lamenta.
Me envuelvo en sudario de terribles paradojas
y como en otoño lluvioso, grito sin voz al viento,
callando las razones, y sin temor alguno presiento
que mueren las palabras, como fenecen las hojas.
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