domingo, 11 de mayo de 2014

IRENA SENDLER, LA GRAN DESCONOCIDA


                           

     En la lista de ángeles que pusieron en riesgo sus vidas por ayudar a los demás, hasta hace poco más de un década, faltaba un nombre: Irena Sendler. Su vida de ayuda a sus conciudadanos también hay que situarla durante la invasión del ejército alemán, en la Polonia ocupada de 1939.

   Conocer a este ejemplo de amor por los demás fue algo casual, gracias a un grupo de alumnos de un instituto de Kansas, quienes, para un trabajo de fin de curso ahondaron e investigaron en la vida de algunos de los héroes del Holocausto. Pero existían pocos datos de ella, algo “normal” en un régimen comunista donde hacer el bien siempre es sinónimo de religión, el opio del Pueblo que tanto perjudica a su ideario. Lo que más sorprendió al grupo de estudiantes fue el dato: salvó la vida de 2.500 niños. Me resulta increible esa ausencia de reseñas biográficas, y, comparándolo con Oscar Schindler, quien salvó la vida de 1.000 judíos noto cierto desfase a la hora del reconocimiento. Algo tuvo que ver, en mi opinión, el llevar a la gran pantalla la labor de Schindler, por parte de Steven Spielberg con su famosa lista.

   Irena era enfermera, integrada en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, y de este organismo dependían los comedores comunitarios durante la invasión alemana.

   Fue tras la creación del ghetto cuando Irena pudo comprobar las condiciones de hacinamiento e insalubridad que padecían aquellos prisioneros de su ciudad, lo que le llevó a integrarse en el Consejo de Ayuda a los Judíos. El hacinamiento trae consigo las epidemias, y toda suerte de enfermedades contagiosas, por lo que, los altos mandos alemanes, temerosos de la propagación del tifus, decidieron dejar en manos de los  polacos el control sanitario en el propio ghetto. Para Irena, salvar a los niños era algo prioritario, por lo que se puso en contacto con familias para sacar a los niños del ghetto. No resulta difícil comprender lo que tuvo que ser para ella convencer a las madres, y la desesperación de estas, sin unas garantías de éxito. Era muy difícil prometer sin ni siquiera saber si podrían salir algún día.

    ¿Qué madre o abuela quiere separarse de sus hijos o nietos?. Irena Sendler lo sabía porque en esos difíciles momentos había sido madre y lo entendía. Le llevaba días, meses convencer a los padres. En ocasiones, cuando Irena volvía para intentarlo por enésima vez, comprobaba con horror que se habían llevado a toda una familia en trenes camino del exterminio.

   Los sacaba en ambulancias, con la excusa de padecer tifus, pero no escatimó nunca en medios, valiéndose de todo cuanto estaba a su alcance como cajas de herramientas, cubos de basura, grandes cestos, ataúdes y todo cuanto pudiera ser susceptible de servir como vía de escape. También logró reclutar una decena de voluntarios del Departamento de Bienestar Social, y con su ayuda logró falsificar cientos de documentos, otorgándoles identidades temporales, para, una vez llegada la paz pudieran volver con sus familias. Eran pues, dos retos: mantenerlos con vida y devolverlos con sus seres queridos después. Consciente de lo difícil que resultaba devolver sus identidades en un futuro, Irena ideó un sistema (todo un derroche de imaginación) que consistía en apuntar en un trozo pequeño de papel el nombre real de cada niño, así como su nombre ficticio, tras lo cual lo introducía en un bote vacío de conserva y lo enterraba bajo un manzano del jardín de un vecino. Allí guardó el pasado de esos 2.500 niños, aguardando la marcha de las tropas alemanas.

   Pero un día la siniestra Gestapo descubrió  sus actividades, y un 20 de octubre de 1943 fue detenida y conducida a la prisión de Pawiak donde soportó la infame violencia en forma de tortura. En el colchón de su celda halló una estampa de Jesucristo, muy estropeada. La conservó a modo de señal milagrosa, por haber sobrevivido al terror, y en 1979 se la obsequió a Juan Pablo II.

   Solo ella conocía los datos de las familias que albergaban a los niños judíos. Soportó la tortura sistemática y jamás delató a sus colaboradores, como tampoco reveló el paradero de ningún niño oculto. Le rompieron las piernas, pero jamás cambiaron su voluntad, a pesar de ser sentenciada a muerte. Una sentencia incumplida, porque camino del lugar de la ejecución, el soldado que la escoltaba, la dejó escapar, al ser sobornado por la Resistencia, ya que no querían que muriese llevándose el secreto a la tumba del paradero de los niños. Aunque oficialmente figuraba en la lista de ejecutados, Irena continuó trabajando, con identidad falsa.

   Esta gran mujer, perdió a su padre, médico, de tifus, pero mucho antes de contraer la enfermedad le transmitió lo que llevaría a la práctica,

“ Ayuda siempre al que se está ahogando, sin tener en cuenta su religión o nacionalidad. Ayudar cada día a alguien, ha de ser una necesidad que salga del corazón”.

   Una vez finalizada la guerra, ella misma desenterró los envases, utilizando sus notas para localizar a las familias adoptivas, receptoras de 2.500 almas, diseminadas por toda Europa y devolverlas con sus familias, aunque muchas de ellas habían perecido en los campos de exterminio. Para los niños siempre fue Jolanta, su nombre en clave. Años más tarde, tras publicar una fotografía suya de la época, comenzaron a llamarla para darle las gracias por salvarles la vida.

   Irena Sendler nunca se consideró una heroína, y, hasta su muerte, postrada en una silla de ruedas siempre se lamentó: “Podría haber echo más”, y “este lamento lo tendré hasta mi muerte”.

   En 1965, la organización Yad Vashem, en Jerusalem le otorgó el título de Justa entre las Naciones, nombrándola al mismo tiempo ciudadana honoraria del Estado de Israel, falleciendo el 13 de mayo de 2008 a la edad de 98 años.

    “ No se plantan semillas de comida, se plantan semillas de bondades. Traten de hacer un círculo de bondades, éstas las rodearán, y las harán crecer más y más”.



                                                    Irena Sendler





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