sábado, 12 de septiembre de 2015

A solas con Vincent...



    Un sudor acompañado de escalofríos me despertó, notando un silencio que me empujaba a encender la luz, como aferrándome a la única compañía de estas paredes que preso me tienen, esperando el día de la partida, de la héjira que me permita ver la tierra prometida. No sé si necesitado de religión, o tal vez delirando, pues la fiebre a veces se apodera de la consciencia, tomando las riendas de sentimientos y palabras. En esta tibia noche de septiembre hay un cielo poblado de estrellas. Ahí están, desde siempre, rellenando soledades y vacíos, escuchando confesiones de seres que sienten demasiado, de poetas que abrazan sus sueños de melancolía infinita, de pintores que en vida y para la eternidad, su extenso manto dejaron.
   Qué sería de nosotros sin esa noche, sin ese momento para hablar, para poner en orden el desmán y el error de cada día, para la plegaria que vuela recorriendo galaxias, libre de condiciones, de la obligada carga que nos ata. Hablo sin articular palabra, veo con los ojos cerrados, siento sin necesidad de dibujar corazones, pues sentir no sólo es lamento por aquello que nos falta, sino la prueba de que sentimos la vida, esa que a tantos se le escapa.
   Esta noche te recuerdo, maestro, y sin saber porqué, llego a la conclusión de que te fuiste en la incomprensión, de tu hermosa locura, esa que todos despreciaban. Esta noche he llegado a creer que te faltó al final esa tu hermosa noche estrellada...

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