Sé de antemano que es mucho pedir,
que las utopías, por el simple hecho de serlo, tienden a ser inalcanzables.
Tampoco sé porqué me molesto en escribir algo que ni siquiera leerán los
culpables de las desgracias que a diario nos atenazan.
También sé que no soy un ilustrado de la
oratoria, y menos aún de eso que mi querida gente del campo llama un hombre “estudiao”.
Hoy no voy a quejarme de la subida de la
luz, tampoco de ese Gran Hermano del helicóptero que todo lo ve, que
hipócritamente dice que me cuida y que
vela por mi seguridad vial, o el radar fijo colocado estratégicamente, ni las
cámaras colocadas por el Gobierno y que, paradójicamente a mí me exige confidencialidad de datos.
Bastante irritado me tiene también el
contencioso de una roca que demostró que nuestra Armada no era tan invencible,
o bien pudiera ser que Nelson nos aventajara en número de navíos.
Hace días también, me prometí que no
volvería a leer más noticias relacionadas con los apátridas que inventan y se
apropian de la Historia
exigiendo en modo imperativo un más que dudoso “derecho a decidir”, vulnerando
y atentando contra los derechos del resto de ciudadanos, enarbolando la bandera
de la insolidaridad, y con la felonía como ideario.
Intento creer, autoconvencerme de que no es
verdad, no es posible que quien ayer era perseguido, erigido en defensor de la
clase obrera robe a quien, posiblemente no vuelva a tener un contrato de
trabajo, que los vicios del Capital y la burguesía sean su actual ideología y
credo, utilizando a los desheredados como moneda de cambio en un mar de
porcentajes.
No menos machacona y repetitiva lo es la
trama de los Gürtel, y, de tan reiterada es hasta vomitiva.
Confieso que no he sabido reaccionar ante la
frase de quien rige nuestro destino económico y que, ciertamente, uno no sabe
si reir o llorar. “Los salarios no están bajando, están moderando su subida”.
Ni el mismísimo Groucho Marx hubiese derrochado tan mordaz ironía en este Hotel
de los líos llamado España.
Hoy, lo que lacera y patea las entrañas de
cualquier ciudadano común es el nuevo bando del Ayuntamiento de Madrid,
multando al indigente ante el atrevimiento de dormir al raso, añadiendo más
escarnio y tortura a su mísera vida. También le está negado el sustento que
ávidamente busca en los contenedores de nuestro despilfarro. ¿Acaso la crisis
desaparecerá matando a los pobres? ¿Se es más correcto haciendo zapping ante la
miseria? El pobre siempre ofende, porque se convierte en el obstáculo de lo que
el opulento pretende proyectar. El pobre no puede tener cabida en la nueva
Gomorra llamada Eurovegas, por lo que es indispensable la purga, evitando los
ghetos. No hay vagones hacinados, ni cámaras de gas o crematorios, pero Madrid
cada vez se parece más a Birkenau, Mathaussen y Austwichtz. Con los bandos
dictados por la sinrazón revive otra Noche de los cristales rotos. Sólo espero
que el resto de ciudades no le sigan por empatía, porque de lo contrario los
escépticos tendremos que creer en la reencarnación.
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